Cada 3 de noviembre, el mundo celebra el Día Internacional de las Reservas de la Biósfera, una fecha instaurada por la UNESCO para rendir homenaje a esos territorios excepcionales donde la humanidad y la naturaleza intentan convivir en armonía. Lejos de ser solo espacios naturales, las reservas de la biósfera son auténticos laboratorios vivos que promueven el desarrollo sostenible, la conservación de la biodiversidad y la educación ambiental.
El Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MaB, por sus siglas en inglés), creado en 1971 por la UNESCO, fue el punto de partida de esta iniciativa. Su propósito: encontrar un equilibrio entre las necesidades humanas y la protección del entorno. Hoy, más de 700 reservas de la biósfera en 134 países conforman esta red mundial, compartiendo experiencias, ciencia y estrategias de gestión sostenible.
Estas áreas no solo albergan especies únicas o ecosistemas frágiles, sino también comunidades humanas que viven y trabajan en ellas. De ahí su lema: “Vivir en armonía con la naturaleza”.
En América Latina y el Caribe, las reservas de la biósfera son verdaderos tesoros ecológicos y culturales. Desde la Sierra del Rosario en Cuba, primera declarada en la región (1984), hasta el Gran Pajatén en Perú o la Selva El Ocote en México, cada una representa un mosaico de vida, saberes ancestrales y modelos de sostenibilidad.
Estas zonas también enfrentan desafíos crecientes: la deforestación, el cambio climático, la contaminación y la pérdida de especies. Sin embargo, las comunidades locales y los científicos continúan defendiendo su valor como pulmones del planeta y escuelas de coexistencia ecológica.
Cuba cuenta con seis reservas de la biósfera reconocidas por la UNESCO: Sierra del Rosario, Guanahacabibes, Cuchillas del Toa, Baconao, Buenavista y Ciénaga de Zapata. Cada una refleja el compromiso del país con la gestión sostenible y la protección de su patrimonio natural.
Particularmente, Baconao, en la provincia de Santiago de Cuba, combina belleza paisajística con historia y cultura, integrando al ser humano como parte activa de su ecosistema. Su presencia reafirma que la conservación no está reñida con el desarrollo turístico o social, sino que puede potenciarlo de manera responsable.
La celebración del 3 de noviembre no es solo motivo de orgullo ambiental; también es un llamado a la acción. Cada reserva enfrenta el reto de adaptarse a los nuevos tiempos, fortalecer la educación ambiental y promover economías verdes.
Como recordó Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO:
“Las reservas de la biósfera son una promesa: la de un futuro en el que los seres humanos y la naturaleza no estén enfrentados, sino unidos.”
El Día Internacional de las Reservas de la Biósfera invita a mirar el planeta con respeto y responsabilidad. Son territorios de esperanza, donde el conocimiento científico se une a la sabiduría local, y donde se ensaya la gran meta del siglo XXI: vivir en equilibrio con la Tierra.