Se alzó como un susurro lejano sobre el Atlántico , una ola tropical que emergía de la costa africana, viajando desde las aguas cálidas y silenciosas del Atlántico central para luego, en su lento camino hacia el Caribe, cobrar voz y furia. Así nació Melissa, que el 21 de octubre de 2025 fue oficialmente nombrada como tormenta tropical.
A medida que planeaba su llegada, encontró aguas cálidas y corrientes favorables que la permitieron transformarse con una velocidad escalofriante. En cuestión de horas pasó de ser una tormenta tropical a huracán mayor, exhibiendo una “intensificación extrema” que dejó a muchos meteorólogos sin aliento.
Los mapas no alcanzan a contener a Melissa, pues alcanzó la categoría 5, cúspide de la escala del National Hurricane Center, convirtiéndose en uno de los huracanes más poderosos jamás documentados en la cuenca atlántica.
Con tal magnitud llega a Jamaica donde durante horas vio el ojo de la tormenta cruzar, arrancando techos, doblando árboles enormes, inundando parajes que hasta ese momento habían sido tranquilos. Los informes hablaban de paisajes “en agua” y de comunidades aisladas por el colapso de caminos e infraestructura.
Tras la devastación inicial en Jamaica, Melissa no se disolvió: giró hacia el noreste, dirigió su mirada hacia la costa oriental de Cuba. Allí, al llegar a la región de Santiago y localidades cercanas, el ciclón se presentó como un adversario de cuidado, con lluvias torrenciales, viento desenfrenado y peligro de aludes o avalanchas provocadas por la montaña y el agua.
La lentitud de su desplazamiento fue un factor clave: al moverse despacio sobre aguas cálidas, permitía que sus bandas descargaran grandes volúmenes de lluvia durante largos períodos.
Pero esta noche el huracán Melissa no solo se sintió en Santiago de Cuba. También se vivió, con el corazón en vilo, desde miles de kilómetros de distancia. En España, en Miami, en México, en Chile… cientos de cubanos con raíces orientales no pudieron dormir. Miraban sus teléfonos una y otra vez, esperando una señal, una llamada, un mensaje que dijera: “Estamos bien.”
Pero la comunicación se cortó temprano. El viento se llevó las antenas, los cables, la electricidad… y con ellos, la calma. Las redes se llenaron de mensajes desesperados: “¿Alguien sabe de El Cobre?”, “¿Hay noticias de Contramaestre?”, “¿Cómo está Palma Soriano?” Cada palabra era un intento de tender un puente sobre el silencio que Melissa había impuesto.
Mientras tanto, en la zona oriental, la historia se contaba con otra voz. Bajo un cielo rasgado, antes de comenzar con los ruidos, los vecinos no esperaban órdenes: se movían juntos, como un solo cuerpo. Se veían sombras cargando sacos de arena hacia los techos para que el viento no se los llevara; otros amarraban láminas con sogas viejas, mientras los más jóvenes ayudaban a trasladar a los ancianos y a reforzar las ventanas. Nadie preguntaba de quién era la casa: todas eran de todos.
Un familiar tocaba a la puerta, ofreciendo un poco de agua, un plato de comida o simplemente compañía. Porque en momentos como esos, la solidaridad es la electricidad que nunca se apaga.
A veces, el ruido del huracán era tan fuerte que ni los rezos de la coronilla se escuchaban, pero el silencio nunca fue soledad.
Horas después, cuando el viento comenzó a calmarse, llegó lo más duro: ver lo que había quedado. Calles anegadas, postes caídos, techos arrancados, el sonido lejano de los perros asustados. Pero también volvió la señal, poco a poco, y con ella, los mensajes que cruzaron el mar: “Se llevó el techo pero al menos estamos vivos” — “Estamos vivos, mi amor.” — “Dile a mi hermana que no se preocupe.”»No tengo casi batería ni muy buena conexión, pero no pasó nada malo»
Melissa trajo muchas tensión, pero también una lección de humanidad en esta era tan convulsa y en el país donde vivimos. Recordó a todos a los de adentro y a los de afuera que Cuba no se mide solo en kilómetros, sino en la distancia que el amor logra vencer cuando más falta hace.
Porque aunque el viento arrasó los techos, no pudo arrancar las raíces que mantienen unidos a los cubanos dondequiera que estén.