Para las santiagueras y santiagueros se hace necesario evocar con respeto y admiración un nombre que es más que un recuerdo: Haydée Santamaría Cuadrado.
Hoy, un día como este de julio, Santiago siente con particular fuerza la ausencia de quien llevó el fuego de la ciudad en el alma y la valentía en las venas. No es solo una fecha en el calendario.
Es un instante en el que la Isla, y especialmente esta tierra del Oriente, perdió una de sus hijas más luminosas. Pero en Santiago, cuna de revoluciones y de héroes, Haydée no se despide; se transforma.
Se funde con el paisaje de la Sierra Maestra que ella misma ayudó a forjar, con la dignidad inquebrantable del Moncada. Aquella joven de mirada intensa y corazón ardiente, no fue testigo pasivo de la historia. Fue su forjadora.
El 26 de Julio de 1953 la encontró en la vanguardia del asalto al Cuartel Moncada, no con un fusil, sino con la fuerza indomable del amor a la patria y a su hermano Abel, cuya pérdida en aquella acción terrible marcó su vida con un dolor que solo amplificó su coraje.
Su testimonio de aquella noche, de la barbarie que siguió, no fue un lamento, sino un grito de denuncia que se convirtió en semilla. Después del triunfo revolucionario, Haydée no buscó reposo. Fundó y dirigió la Casa de las Américas en La Habana, pero su espíritu siguió anclado aquí, en el calor del sur.
Convirtió esa institución en un faro continental, en un santuario para el arte, el pensamiento y la solidaridad de Nuestra América. Creía, con una fe inquebrantable, que la cultura era tan vital como la libertad misma.
«Si me preguntan qué es la vida, yo diría que la vida es hacer la Casa de las Américas», llegó a decir, y en esa frase late todo su compromiso apasionado.
En Santiago, su memoria es tangible. Es la dignidad de las mujeres que siguen su ejemplo de entereza. Es la búsqueda incansable de la justicia que ella encarnó desde su juventud.
Es el amor por la cultura que defendió como escudo y espada. Es esa mezcla única de ternura revolucionaria y firmeza inquebrantable que solo se gesta en estas montañas y en este mar.
Porque Haydée Santamaría, la heroína del Moncada, la creadora de puentes culturales, la santiaguera eterna, no murió un día como hoy.
Se hizo luz, se hizo raíz, se hizo brisa que anima la lucha y el arte. Su historial no está en los libros fríos, está vivo en el pulso de esta ciudad rebelde, que la recuerda no con lágrimas, sino con la misma pasión con que ella amó a Cuba: total, irrevocable, y eternamente libre. Su memoria, como el sol de julio en Santiago, no conoce el ocaso.