Durante su entrevista con la periodista Arleen Rodríguez Derivet en el programa Mesa Redonda de la televisión cubana, el presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, destacó la importancia de que las autoridades municipales convoquen a los actores económicos y a la población para impulsar el desarrollo local, y mencionó que en visitas de trabajo ha presenciado comunidades rurales donde no se produce ningún tipo de alimento, y la gente depende de las remesas provenientes de otras regiones.
La imagen me hizo recordar los primeros años después del triunfo de la revolución, cuando vivía en la casa de mis abuelos, una familia numerosa y de escasos recursos y la mayoría de los alimentos que consumíamos provenían de la pequeña finca que no alcanzaba una caballería de extensión. En esa porción de tierra se cultivaba café, viandas, carne, granos, frutas, leche y hortalizas…
La revolución se esforzó por mejorar la vida en el campo y promulgó la ley de Reforma Agraria, implementó la medicina rural, incrementó la cantidad de escuelas públicas en zonas montañosas y mejoró la infraestructura vial, entre otros beneficios, sin embargo, estas mejoras no lograron los resultados esperados: miles de jóvenes fueron sacados del campo para estudiar oficios en las grandes ciudades y muchos de ellos no regresaron, otros tantos fueron incorporados a escuelas militares para defender la revolución de amenazas externas y bandas contrarrevolucionarias internas, la estatización casi total de la actividad privada, que luego se volvió parásita y aportaba poco a la economía nacional, y la aspiración de que todos los cubanos fueran universitarios llevó a que muchos se alejaran de la tierra y de los oficios indispensables para el país.
Sin percatarnos, a pesar de los esfuerzos por mejorar el bienestar social en esas comarcas, el campo fue perdiendo gradualmente fuerza para reemplazar a los antiguos productores y posteriormente resultó imposible recuperarlos, mientras que el gobierno de Estados Unidos hacía todo lo posible para que la revolución fracasara alentando y financiando la contrarrevolución interna, privando al país de créditos y mercados, incrementando los sabotajes a las producciones que sostenían las exportaciones e ingresos y potenciando todo lo que generaba hambre y miseria, y finalmente impuso el bloqueo económico y financiero que ha causado tanto dolor y sufrimiento al pueblo cubano hasta el día de hoy.
El mundo se encuentra sumido en una profunda crisis, y en medio de este panorama desolador, regresan a mi mente las imágenes del abuelo Juan, quien solía dirigirse a la tienda solo en ocasiones especiales para adquirir algunos productos indispensables como sal, azúcar, bacalao y otros que, insisto, no se producían en la finca. No es ocioso recordar que antes de 1959, ningún gobierno se preocupaba por el desarrollo local; lo único que importaba eran las ganancias y el enriquecimiento de la clase privilegiada, a costa del sufrimiento de la población.
En tiempos tan tormentosos como los que ahora vivimos, la mayoría de los cubanos poseen la capacidad y voluntad de romper la inercia productiva, resistir de manera creativa y fomentar el desarrollo local como una alternativa para lograr el autoabastecimiento, el comercio y las exportaciones, a pesar del acoso impuesto por parte de Estados Unidos, que insiste en obstaculizar la construcción de un mejor sistema social para el pueblo de Cuba. La decisión de superar este desafío y avanzar, no es negociable.
