martes 02 septiembre 2025

Un animado, un ideario, una fe

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El largometraje de animación Meñique (Ernesto Padrón, 2014) –exhibido en el recién Festival de Cine de Verano, por los diez años de su estreno–, respeta el ideario del texto

Autor: Julio Martínez Molina

Meñique (1864), cuento de Édouard Laboulaye, incluido por José Martí en La Edad de Oro, habla sobre elementos que hacen mucha falta hoy día: virtudes, certezas, orgullo de ser lo que somos, fe en la entereza, la constancia y el saber, en tanto fuentes de triunfo.

El largometraje de animación Meñique (Ernesto Padrón, 2014) –exhibido en el reciente Festival de Cine de Verano, por los diez años de su estreno–, respeta el ideario del texto. Y se agradece.

En ciertos exponentes del género animado, la posmodernidad quiso –con mayor o menor acierto–, subvertir, desdibujar o mixturar tanto, a escala internacional, que ciertos planteamientos originales de las fuentes clásicas resultaron eludidos en varios filmes.

Por el contrario, Padrón sostiene, narrativamente, 80 minutos de metraje tendentes a reforzar la cosmovisión prístina del francés y la traducción del cubano: esto es ponderar la fuerza inigualable del bien, los buenos sentimientos, la honestidad, el conocimiento, la pasión, el amor y el valor ante las pruebas impuestas por la vida.

Es harto valioso, inteligente y visionario que una pieza audiovisual de largo alcance dentro del público infantil, como esta, defienda semejantes postulados. La película, de modo nada gratuito, concluye con la frase martiana: «Todos los pícaros son tontos, los buenos a la larga siempre ganan». Declaración de fe, ojalá con eco.

La animación, género de ilimitadas posibilidades visuales y narrativas (ninguno puede superarle en tal sentido) representa

tierra fértil para que equipos técnicos, con pericia y deseos de hacer, respalden eficazmente los argumentos fílmicos. Y el de Meñique lo logró en esta ambiciosa empresa encargada de abrir nuevos caminos expresivos a la parcela en Cuba.

A la obra –nuestro primer largometraje del género que usó gráficos en 3d–, cabe ponderársele su digna factura integral, la definición de los personajes principales, la ambientación general y el diseño de producción, algún que otro hallazgo expresivo y una esmerada banda sonora en la cual colaboraron grandes talentos.

También es menester reconocerle las soluciones de movimiento para escenas de acción –dotadas de buen ritmo y ejemplar ejecución plástica–, la calidad de gran parte de los doblajes y la complicidad con su primer receptor: los niños, a través de acción, humor y entretenimiento continuo.

Para agradecer, igual, que el relato –pese a ser una versión libre, con sus modificaciones–, no abotargue a los pequeños con el ya aburridor pastiche internacional de referencias cinematográficas, literarias y guiños, concebidos en realidad para los adultos.

Lastimosamente, Meñique se resiente en descuidos obvios en algunos detalles: fracturas en la continuidad, incapacidad de gestionar diversidad de personajes en determinadas escenas, escasa fisicidad de los secundarios en las secuencias de masas, y acusado estatismo en ciertos planos.

También se lastra por sus constantes y extemporáneas disolvencias televisivas, fondos trabajados sin el énfasis pertinente en la perspectiva, o líneas de un guion que, por leves rachas, se pierden de la dimensión fílmica.

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