sábado 11 octubre 2025

Che Guevara, el símbolo que no pudieron borrar

Nueve de octubre de 1967.  En la pobre escuelita de La Higuera, Bolivia, un disparo acababa con la vida del Comandante Ernesto “Che” Guevara. Sin embargo, ese acto, lejos de eliminar su legado, lo transformaría para siempre, cementando su imagen no como un hombre, sino como un símbolo imperecedero.

Hoy, a 58 años de aquel día, la imagen del Che yacente en el lavadero de mármol del hospital de Vallegrande sigue interpelándonos. No solo por la brutalidad de los nueve balazos, el culatazo en el pecho o las huellas de la tortura, sino por las preguntas que plantea su ejecución sumaria. ¿Por qué no se le juzgó? ¿A quién le convenía no solo eliminar al guerrillero, sino también suprimir las pruebas, mutilar su cuerpo y ocultar su sepultura?

Las respuestas las dio la historia misma. Las celebraciones con whisky en el Hotel Santa Teresita de Vallegrande, protagonizadas por agentes de la CIA y sus aliados bolivianos, desnudan la verdad: no se trataba de la muerte de un combatiente enemigo, sino del asesinato político de una idea. Eliminar al hombre era el primer paso para intentar extinguir el fuego de la revolución continental que él encarnaba. Félix Rodríguez, Eduardo González y otros representantes de los intereses geopolíticos de la época creyeron que con una bala y una patada al difunto podrían matar un ideal, se equivocaron.

La profanación del cadáver, lejos de hundirlo en el olvido, lo elevó a la categoría de mártir. El Che, con sus aciertos y contradicciones, se convirtió en el rostro de la lucha armada contra el imperialismo, pero también en la encarnación de un proyecto más profundo: el de una América Latina independiente, unida y socialmente justa. Su pensamiento, centrado en la libertad de conciencia de los pueblos y en la rebeldía contra toda forma de opresión externa, trascendió las fronteras y su tiempo.

Hoy, en un mundo aún marcado por las asimetrías, las intervenciones extranjeras y la lucha por la autodeterminación, la figura del Che permanece vigente. No como un manual de acción, sino como un poderoso símbolo de la convicción inquebrantable y del sacrificio por un ideal colectivo. Su imagen, reproducida en murales y camisetas, sigue despertando admiración y debate, demostrando que las ideas por las que vivió y murió no pueden ser fusiladas.

A 58 años de su asesinato, la lección es clara: se puede matar a un revolucionario, pero nunca a la revolución que sembró en la conciencia de los pueblos. El Che, el de la mirada intensa y la estrella solitaria, sigue cabalgando en la memoria de América Latina.

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Los juristas son, en principio, servidores públicos imprescindibles.
Saludos desde México. La cultura de la previsión así como la calidad en el trabajo ayuda a los pueblos de…
Jornadas de trabajo intenso; en esta cobertura tuve la oportunidad de acercarme a personas revolucionarias y aman y honran la…
Joel @ No todo está perdido
abril 11, 2024 at 1:44 am
Son los jóvenes quienes, en mayoría, llevan el mayor peso del quehacer cotidiano del país. Así ha sido siempre. No…
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