Sus montañas como los valles, aquellos extremos geográficos o no -como las neblinas-, el canto de los gallos, el polvero de los terraplenes y hasta los excesos en el Jimbambay, pero ¡cuántas notificaciones diarias me cautivaron del corazón del Segundo Frente Oriental Frank País!, allá hacia la Sierra Cristal donde fui a parar en el verano de 1985, días después de graduado en la licenciatura en Periodismo de la Universidad de Oriente.

Creía entonces que era parte de una sanción, ora por promover un duro debate en la tesis final contra las insólitas concepciones de los periodistas sobre los géneros periodísticos, un punto de vista que me llevó –personalmente-, a debate muy hondo en las redacciones de Juventud Rebelde, Granma, Trabajadores y Sierra Maestra. Los colegas no entendían lo insólito de mi “contracorriente” sobre forma y contenido, dos categorías aún en fuerte polémica.
Antes fui enviado a trabajar en el periódico “Venceremos” de la vecina provincia de Guantánamo, pero la primera desinformación la tuve que enfrentar con duros periplos por los Medios del Guaso, donde nunca apareció mi nombre, ni posibilidad de plaza laboral. El desplome inmediato fue inevitable y sólo una llamada telefónica de mi padre me reconfortó en medio de mi Odisea en el regreso a Santiago de Cuba.
Los tres principales Medios de prensa querían acogerme, pero seguí mi rumbo hacia la radio, la cautivadora y mágica, aquella cajita maravillosa llena de campos, ciudades, fiestas, guerras, música y corazones rotos… quería adentrarme en lo humano, saber como Harry Potter, capaz del avance y estar en varios lugares al mismo tiempo, por eso, accedí que primero había que ir a la sierra y allá ganarse el puesto en la matriz, en “La que siempre le Acompaña”, La Dama del Éter, la genuina CMKC, Radio Revolución, dueña de un halo de celebridad.
Con ése desafío entré de lleno loma arriba, joven, rebelde, con sed de conocimiento y por descubrir cómo hacer algo mejor desde el periodismo, gracias a la formación recibida por mis padres, abuelos y tíos, además, de la madurez en la Vocacional Mario Muñoz, en el propio Guantánamo.
Y sin quitarme el polvo del camino, pregunté cómo llegar a la emisora local, Radio 8SF; para suerte, la respuesta fue categórica:
_¡”Mira, es esa, ahí está!… ¿Tú eres el nuevo periodista entonces?”
_”Sí”
_Vamos hasta allí a comernos un macho
_¡Vamos!

Nunca imaginé que así sería la bienvenida, pero después de una hora y media de caminatas loma arriba, entendí que “allí” es “allá” para estos guajiros y que nadie me esperaba, por tanto, a descifrar dónde reponer el cuerpo para el día siguiente que llegó entre aguardientes, mucha carne de cerdo asado y una guajira que desconozco e intentó “volarme encima a cualquier precio”, como acuñan en tierra de mujeres bellas, jíbaras y troleadoras.
Al día siguiente, sin dormir apenas, emprendí mi primer reportaje, y de antemano, estuvo lleno de polémicas sobre la técnica de los tendidos eléctricos para evitar la fuga de las vacas de los cuartones al aire libre.

Durante muchas jornadas no tuve descanso, imagine ser el único periodista, cuál forastero joven, rebelde, soltero y presto para el zafarrancho loma arriba, luego, en pleno multioficio como reportero, redactor, grabador, editor, musicalizador, suelto en inglés y francés… creo entonces que fue una locura, nada menos que alimentado por las peripecias de Gabriel García Márquez y del uruguayo aplatanado en Cuba, el señor Daniel Chavarría, dueño de uno de los relatos poco mencionado sobre la verdad de un secreto en voz popular en las montañas de la Sierra Cristal, específicamente, en Mícara, al punto que nutrió una de sus grandes, novelas, “Príapos”
Contó el también periodista de aquellas pequeñas granadinas que sirvieron para un dulce criollo muy demandado en las montañas de Boca de Mícara, y más allá, pero en pleno Segundo Frente. Aquel jugoso dulce precipitó la gracia masculina y el único médico era un joven habanero que tuvo que huir hacia la capital, por la cantidad de cortes que hizo para siempre en muchos guajiros.
Nunca probé el mencionado dulce, pero una guajira me atrapó con un encargo social de nueve meses primero, que se multiplicó hasta la suma de cuarenta años que cumplirá mi hijo mayor Gilberto, el cuño que signó mi boleto hacia otros niveles en ése dulce zafarrancho que connota el Periodismo.