Céspedes, su legado imperecedero

Carlos Manuel de Céspedes inició su jornada en San Lorenzo, en una zona intrincada de la Sierra Maestra, como era ya costumbre la mañana del 27 de febrero de 1874, y al mediodía mientras visitaba el bohío de unos campesinos conoció que soldados españoles ascendían por el camino de la playa, por lo que empuñó su revólver para vender cara su vida.

Carlos Manuel de Céspedes inició su jornada en San Lorenzo, en una zona intrincada de la Sierra Maestra, como era ya costumbre la mañana del 27 de febrero de 1874, y al mediodía mientras visitaba el bohío de unos campesinos conoció que soldados españoles ascendían por el camino de la playa, por lo que empuñó su revólver para vender cara su vida.

No podía ser otra la decisión del hombre que llamó al levantamiento armado en Demajagua aquel glorioso 10 de octubre de 1868, y que no claudicó cuando otros cedieron ante la primera derrota. Aun cuando quedó con pocos miembros de su tropa, se alzó en la cabalgadura y replicó con energía: “¡No, aún quedan 12 hombres! Bastan para lograr la independencia de Cuba.

Tampoco lo quebraron traiciones, ni desagravios de sus propias filas, o cuando el enemigo le ofreció respetar la vida de su vástago Oscar, cautivo de los peninsulares, a cambio de su abandono de la lucha, a lo cual contestó que no era su único hijo, que lo eran todos los que luchaban por la Patria.

Así era quien fue llamado el Padre de la Patria, el que estaba confinado desde el 23 de enero viviendo en un humilde bohío de San Lorenzo, afectado de la vista, sin escolta, prácticamente solo, debido a la perfidia de la Cámara de Representantes que ilegalmente sin el quórum requerido lo destituyó del cargo de Presidente de la República en Armas, bajo la injusta acusación de nepotismo y métodos autoritarios.

De esa forma se consumó un verdadero golpe de estado, signado por la traición a la causa independentista por el caudillismo, regionalismo y ambiciones de poder que cuatro años después provocarían la rendición que significó el Pacto del Zanjón.

Pero tampoco esas nuevas afrentas quebraron su fidelidad a la causa y disciplinadamente acató la decisión del gobierno que adicionalmente le prohibió viajar al exterior, como era su deseo, dejándolo expuesto a su destino.

Tales hechos habían sucedido con anterioridad a aquel 27 de febrero de 1874, cuando una tropa del selecto batallón hispano de San Quintín abordó un guardacostas en la bahía de Santiago de Cuba que navegó hasta una ensenada cercana a las estribaciones de la Sierra Maestra, en la que desembarcaron los soldados e iniciaron el camino hacia el intrincado San Lorenzo. Aquello resultó sorpresivo y sin tiempo alguno para trasladar el campamento mambí.

Aún permanece el misterio sobre el origen de esa desacostumbrada operación de una de las mejores unidades del ejército español en Cuba, que con tanta precisión irrumpió en el último retiro de Carlos Manuel sin que existiera ningún sistema de vigilancia, lo cual apoya la hipótesis de la traición.

El desenlace era previsible cuando Céspedes solo con su revólver enfrentó a más de medio centenar de integrantes de la fuerza enemiga e hirió a algunos, pero al intentar evadir el cerco resultó abatido y como dijo un cronista de su época: ”cayó en un barranco como un sol de llamas que se hunde en un abismo”.

Hoy en San Lorenzo, en la cima de aquel barranco donde libraría su último combate, se venera su memoria, y al decir de Eusebio Leal el lugar donde fue destituido por la Cámara en el Bijagual y tomó cuerpo la traición a la unidad de la Revolución está sepultado bajo el agua purificadora de la presa realizada por la Revolución, que lleva el nombre de Carlos Manuel de Céspedes. (Jorge Wejebe Cobo)

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