Hoy la Historia de Cuba evoca el legado de uno de sus hijos; el Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, quien el 11 de mayo pero del año 1873, calló en combate en los campos de Jimaguayú.
Su cadáver, trasladado a Puerto Príncipe (hoy provincia Camagüey), fue incinerado por órdenes españolas para evitar que se convirtiera en símbolo.
Sin embargo, su ejemplo ya había calado. José Martí lo llamó «diamante con alma de beso», mientras que Amalia Simoni, su esposa, se negó a pedirle que abandonara la lucha, declarando: «Primero me cortará usted la mano antes que escribir a mi esposo que sea traidor» .

Agramonte no solo fue un militar: abogado brillante, redactó leyes abolicionistas y defendió derechos civiles en la Constitución de Guáimaro, incluyendo libertad de culto y prensa .
Su rescate de Sanguily en 1871, donde arengó «¡Lucharon como fieras!» , sigue siendo modelo de audacia .
A 152 años de su muerte, el Potrero de Jimaguayú es Monumento Nacional. Una maqueta en el sitio histórico recrea el combate, mientras rutas agramontinas, lideradas por jóvenes, reviven sus hazañas .
Para las cubanas y cubanos, su nombre es y será sinónimo de orgullo: Como escribió Elda Cento, Premio Nacional de Historia: «Es la conjunción de virtudes: valentía, intelecto y amor a la Patria».
