La Plaza de la Revolución fue testigo, hoy, hace 64 años, de un momento histórico. Bajo un cielo despejado y ante una multitud expectante, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz proclamó la victoria de una de las batallas más nobles jamás libradas en suelo cubano: la erradicación del analfabetismo.
«Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de legítimo orgullo y de gloria, como este en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados», expresó Fidel, con una voz que resonó más allá de la plaza, hacia los rincones más apartados de la isla.
«Hemos ganado una gran batalla y hay que llamarlo así —batalla—, porque la victoria contra el analfabetismo en nuestro país se ha logrado mediante una gran batalla, con todas las reglas de una gran batalla».
Sus palabras sellaron el final oficial de la Campaña de Alfabetización, un esfuerzo colosal que movilizó a más de 257,930 cubanos —niños, adolescentes, jóvenes y adultos— quienes, cargando con cartillas, manuales y una dosis infinita de esperanza, partieron como brigadistas voluntarios hacia los confines más recónditos del país.
Cruzaron montañas, atravesaron ríos y se adentraron en veredas donde la palabra escrita era una desconocida.Fueron meses de esfuerzo titánico, de noches a la luz de un quinqué, de letras trazadas con lápiz sobre papel rugoso, de miradas que pasaron de la perplejidad al destello del entendimiento.
Los alfabetizadores, muchos de ellos apenas salidos de la adolescencia, no solo enseñaron a leer y escribir; tendieron un puente entre dos Cubas, entre la ciudad y el campo, entre el presente y un futuro que de repente se vislumbraba más ancho.
La campaña, iniciada a principios de año, se transformó en un movimiento de masas que involucró a toda la sociedad. En cada barrio, en cada cooperativa, en cada cuartel, se abrieron aulas improvisadas.
La consigna era clara: ni un solo cubano sin el derecho fundamental de descifrar el mundo a través de las letras.Hoy, al caer la tarde, esa misma multitud que despidió a los brigadistas hace meses los recibió convertidos en héroes civiles.
Muchos de ellos, con sus uniformes aún gastados por el sol y la lluvia, coreaban una frase que ha nacido de la experiencia compartida y que se ha convertido en grito de entrega: «¡Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa debemos hacer!».
Es el grito de una generación que encontró, en la palma de la mano de un campesino que escribe su nombre por primera vez, la verdadera dimensión de la Revolución. Cuba, con este logro, se sitúa entre las primeras naciones de América en erradicar el analfabetismo, un flagelo que durante siglos condenó a la oscuridad a millones.
Los números, fríos en el papel, hoy tienen el calor de una epopeya: cientos de miles de nuevos lectores, un ejército de maestros voluntarios y un país que, página a página, ha reescrito su destino.Al concluir el acto, con la proclamación oficial de «Territorio Libre de Analfabetismo», no era solo el final de una campaña.
Era el primer capítulo, escrito por todos, de una nueva historia. La batalla contra la ignorancia ha sido ganada. Y ahora, con el libro abierto, Cuba emprende la lectura de su propio futuro.