Tenía 17 años cuando llegó a San Lorenzo de Las Mercedes, en pleno corazón de la Sierra Maestra, con un propósito claro: vencer el sexto grado de la enseñanza primaria y aspirar a una plaza en la escuela de formación de maestros Makárenko.
Gabriel Hechavarria Galán, hijo de campesinos pobres, no tuvo la posibilidad de asistir de manera sistemática a la escuela. Desde niño trabajó la tierra junto a su familia, dedicada al cultivo de café y frutos menores para la subsistencia: eran ocho hermanos, y la necesidad marcó la infancia de todos, de ahí el significativo retraso escolar que arrastraba y, quizá, el origen de su decisión de abrazar el magisterio: evitar que otros muchachos del campo cubano padecieran las mismas carencias que marcaron su niñez.
La carrera no fue fácil; durante cinco años, entre 1968 y 1972, su formación transcurrió por distintos escenarios del país: las Minas del Frío, en la Sierra Maestra oriental; Topes de Collantes, en la Sierra del Escambray, en Las Villas; y Tarará, al este de La Habana. Fueron años de sacrificio, disciplina y estudio, pero cumplió el compromiso que se había hecho a sí mismo, “convertirme en maestro”.

A Jirimías, zona montañosa y fría de Calabaza de Sagua, en el municipio Sagua de Tánamo, al este de la actual provincia de Holguín, donde residía cuando salió a estudiar, no regresó como docente. “Fui ubicado en Cruces de los Baños, en el municipio Tercer Frente entonces perteneciente a la región de Palma Soriano”, recuerda. Allí ejerció la profesión y continuó superándose hasta alcanzar la Licenciatura en Historia, asignatura a la que dedicaría la mayor parte de sus 42 años de vida laboral.
Inició su trayectoria en 1972 en la escuela primaria Camilo Cienfuegos y luego transitó por diversas responsabilidades: metodólogo, inspector, jefe de departamento de cuadros, hasta jubilarse como inspector integral del municipio Tercer Frente. En ese mismo territorio, además de integrarse a la gran familia del sector educacional, formó la suya propia junto a su esposa Esperanza y sus tres hijos.

Hoy, su historia resume la de muchos maestros rurales cubanos: hombres que vencieron la pobreza y el atraso escolar con estudio y voluntad, y que hicieron de la educación no solo una profesión, sino una forma de saldar la deuda con su propia infancia.