No fue solo un nombre. Detrás de esas once letras, Doralina de la Caridad Alonso y Pérez-Corcho, habitaba el latido narrativo de una isla.
Nacida en Matanzas un 22 de diciembre de 1910, Dora Alonso se convertiría, con el tiempo, en algo más que una escritora: en un pilar de la identidad cubana, en un referente de orgullo para toda la nación caribeña.
Su obra, extensa y diversa como un paisaje cubano, abrazó la narrativa, el teatro, la poesía y el periodismo con una vocación total. Pero tal vez sea en la literatura infantil donde su legaje brilla con una luz más propia y perdurable.
No es un dato menor: Dora Alonso es la autora cubana para niños más traducida y publicada allende los mares. Llevó la esencia de su tierra a rincones lejanos, haciendo que generaciones de pequeños en otras lenguas crecieran, sin saberlo, con un trozo del alma cubana.
Sin embargo, su grandeza no radica solo en el alcance, sino en la raíz. Su estilo narrativo, de una aparente sencillez magistral, tenía el poder de capturar las emociones más genuinas.
En sus relatos y poemas no buscó paisajes exóticos; encontró la épica en lo cotidiano. Con una sensibilidad aguda y un profundo respeto, puso en el centro al campesinado cubano.
Lo hizo no desde un costumbrismo pintoresco, sino recreando sus valores humanos más hondos: la dignidad, la solidaridad, el vínculo indisoluble con la tierra.
En sus páginas, el amor por la naturaleza no era un tema más; era el escenario y la razón de ser de sus personajes, una extensión misma del carácter nacional.Su trabajo fue un acto de amor y de reafirmación.
Mientras contaba historias de guajiros, de la flora y la fauna de la isla, estaba, en realidad, tejiendo el imaginario colectivo de un pueblo. Estaba diciendo, con cada palabra sencilla y certera: «Esto que somos es valioso. Esta es nuestra voz».
El reconocimiento a una vida dedicada a escribir la esencia de Cuba llegó con el Premio Nacional de Literatura, distinción que recibió en vida, como un justo broche a una trayectoria monumental.
Pero su verdadero premio, el que perdura, es el que se encuentra en la memoria de quienes se formaron con sus libros, en el orgullo de una nación que se ve reflejada, noble y auténtica, en su obra.
Dora Alonso no solo escribió para Cuba; escribió a Cuba. Y al hacerlo, le dio al Caribe una de sus voces literarias más queridas, necesarias y, sobre todo, orgullosamente propias.
Su legado es un recordatorio de que las historias más universales a menudo nacen de arraigar la pluma en el terruño propio, con sensibilidad y verdad.