lunes 01 septiembre 2025

Eduardo Torres-Cuevas, una voz fundamental

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Granma
Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
El Presidente cubano lamentó en X la muerte de quien calificó como «infatigable y riguroso historiador, patriota de cultura vasta y brillante oratoria, a quien debemos obras fundamentales para el conocimiento del ser nacional»

Autor: Madeleine Sautié 

Eminente, relevante, extraordinario, erudito, humilde, generoso, patriota, maestro, amigo… Son estas algunas de las palabras que se leyeron y se escucharon de colegas, y pueblo en general, que tuvieron el privilegio de aprender del caudal intelectual de un cubano de la talla del doctor Eduardo Torres-Cuevas, al conocerse de su muerte este domingo.

Son solo algunas de las que se emplearían para esculpir, con justa voz, la imagen de un hombre que, a punto de cumplir sus 83 años, nos dice adiós, con la certeza de haberlo dado todo por su patria y su cultura.

Hablamos de la imagen que se nos planta delante, siempre que un ser valioso muere; porque la otra, la que se fragua en el día a día, con el estudio y la convocatoria, colocando, a cada paso, los cimientos que necesita un país para revelar sus grandezas, desde su Historia y su cultura, de esa no es preciso decir mucho. Basta con solo mirar la obra. 

Grande fue la que construyó Torres-Cuevas, nacido el 4 de septiembre de 1942, quien siendo un adolescente, no lo pensó dos veces para convertirse en miliciano y en alfabetizador, disposición con la que dejaba clara su postura en favor de la Revolución Cubana, desde sus primeras luces.

Hasta su última hora fue el director de la Oficina del Programa Martiano y presidente de la Sociedad Cultural José Martí, presidente de la Academia de la Historia de Cuba, y director del Centro Interdisciplinario para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana. Presidía también la Alianza Francesa de Cuba.

En la Universidad de La Habana, en 1973, se licenciaría en Historia. Después se haría Doctor en Ciencias Históricas, Profesor Titular de la Universidad de La Habana e Investigador Titular. Su intelecto fue apreciado en cursos y espacios académicos también en otros centros estudiantiles, en Cuba y en otros países.

Una nota del Ministerio de Cultura sintetiza el abarcador desempeño intelectual de Torres-Cuevas, y destaca su condición de miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, desde 2006; director de la editorial Imagen Contemporánea, de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana, y director de la revista Debates Americanos. Fue fundador y presidió la Cátedra Voltaire de colaboración académica entre la Universidad de La Habana y la Embajada de Francia en Cuba, y fue presidente de la Cátedra Interdisciplinaria de Estudios Históricos de la Masonería Cubana Vicente Antonio de Castro, de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz.

Miembro de Honor de la Uneac y de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (Unhic). Entre 2007 y 2019 se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y de la revista de esa institución; fue un acucioso investigador del proceso de formación de la nación cubana, y de la evolución del pensamiento y de las ideas políticas en nuestro país; miembro también de la Comisión Nacional de Grados Científicos de la República de Cuba, del Consejo Científico del Instituto de Historia de Cuba y de la Comisión Nacional de la Carrera de Historia; y formó parte de la Comisión Ideológica del Comité Central del Partido, del Grupo de trabajo para la creación del Centro Fidel Castro Ruz, y de la Comisión Redactora de la Constitución de la República de Cuba, aprobada en 2019, refiere, entre otros elementos, el texto.

Grande fue la faena intelectual de Torres-Cuevas, y su entrega incansable en aras del mejoramiento humano del que habló José Martí, el primero entre sus guías tutelares, y sobre el que tanto insistió debíamos tomar en cuenta en el día a día, refiriéndonos a él con un lenguaje que llegara a todos, «incluso a los menos ilustrados, algunos de los cuales han olvidado la Historia», en tanto exhortaba a explotar la creatividad para abordar a Martí, «porque la cultura tiene mil formas de expresarse, y hay que trabajar en el sentimiento».

Fue diputado a la Asamblea Nacional por el municipio de Santiago de Cuba, desde 2008 hasta su deceso, y miembro del Consejo de Estado de la República de Cuba, entre 2019 y 2023.

Entre los múltiples reconocimientos que recibió el Maestro de Juventudes se hallan la Orden Félix Varela de Primer Grado, la Réplica del Machete de Máximo Gómez, la Orden Frank País de Primer Grado y de Segundo Grado, y la Orden Carlos J. Finlay. Mereció el Premio Nacional de Ciencias Sociales 2000, y el Premio Félix Varela, que otorga la Sociedad Económica de Amigos del País. Fue investido como Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa.

Junto a sus más de 60 libros, en los que está atesorada su sapiencia y consagración, guardamos quienes lo conocimos el recuerdo de su vibrante oratoria, solo practicada de ese modo cuando desde el alma estremecen los argumentos defendidos. Estudioso de figuras medulares como Félix Varela, José Antonio Saco, Felipe Poey, Antonio Maceo y José Martí, por solo citar algunas, su voz traía al auditorio, no solo lo consabido y avalado por la investigación, sino la anécdota capaz de emocionar y comprometer, lo que consideró fundamental para enseñar la Historia. 

Cuando fue elegido para pronunciar las palabras de homenaje al doctor Eusebio Leal Spengler, al entregársele, en 2016, la condición académica de Doctor Honoris Causa en Humanidades de la Universidad de La Habana, lo entendió como «una situación tan difícil como honrosa», «porque es tanta la variedad, la riqueza, la originalidad, la osadía y el rigor de la obra de Leal, que no puedo menos que confesar que lo que voy a expresar es una aproximación».

En esas palabras, con las que honrando al eterno Historiador de La Habana se honraba a sí mismo, pensábamos al escribir estas líneas, dada la incondicionalidad y la entrega de ambos –independientemente de la obra particular de cada uno–, a sabiendas de que hablar hoy de Torres-Cuevas es apenas asomarnos a su incansable labor profesional, unida a un espíritu noble y cordial, que no podría negar nadie que haya tenido el privilegio de haberlo tenido cerca.

Indeclinablemente martiano, supo de sus más sabios preceptos, entre los que emerge aquel que, aludiendo a la muerte la niega, porque «no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida».

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