¡Ay, compay! Imagino que dura fue la despedida del poeta granadino, allá por los años treinta del pasado siglo XX. Entonces, en Santiago de Cuba, sobrevino un terrible terremoto y más tarde la ciudad cambió mucho.
Y no pocos llegaron desde el monte, y así este anfiteatro natural ganó en colores, multitudes, hacinamientos loma arriba y abajo con mulatos, indios, gallegos, isleños, jamaicanos, dominicanos, haitianos, mexicanos, franceses y qué decir de los africanos importados forzadamente por los colonialistas españoles.
Probó alguna vez ver la ciudad desde las alturas de Chicharrones o desde la Loma de los Desamparados, de la loma la Colorá -ahora Versalles-; incluso, desde los altos del Caney, Boniato o el puerto de Moya, allá por el camino viejo de El Cobre.
Nuestra geografía gana en lo infinito en el tiempo. !Verdad, compay!.
Mire cómo sorprende la tranquilidad de la bahía y cuántas historias traen los bostezos de una chimenea lejana, siempre escoltada por las montañas azules, que no permiten la fuga del pregón criollo, de las brisas o del bullicio callejero.
Aquí en el «hueco», como dicen muchos, el pavimento quema bien fuerte, sobre todo, entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde.
Más adentro, la mulata de «cinco picos» alborota la cuartería y en cualquier esquina te saluda un chino, un negro y hasta un gallego.

La ceiba se alza en los principales contornos de la ciudad y los flamboyanes despojan sus hojas secas, pero pocos se dan cuenta de estas cosas cotidianas.
En cualquier punto se juega dominó, mientras otros le ponen yerba, tabaco y velas a los santos, y no faltan quienes preparan un cubo de agua para refrescar la calle o despedir al viejo año y darle la bienvenida al nuevo con un maletín y la vuelta a la vecindad, tal vez, para que los espíritus reposen o para ahuyentar los malos pensamientos y desear un próximo buen día.
Santiago de Cuba, vale soñarla por largo tiempo o vivirla intensamente cada segundo.
La mejor respuesta podría estar en esos versos del poeta granadino García Lorca:
Cuando llegue la luna llena
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago,
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüefla,
iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano,
iré a Santiago.
Iré a Santiago
con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con la rosa de Romeo y Julieta
iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
Iré a Santiago.
Siempre he dicho que yo iría a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas,
iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla,
iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena,
iré a Santiago,
calor blanco, fruta muerta,
iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de calaveras!
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.
El bullicio, las consignas, los gritos, las risas, el sudor, la mirada indiscreta y hasta el paso apurado de la muchedumbre, no desaparece, por el contrario, al final del año se apodera de las plazas principales de la provincia Santiago de Cuba y en todo el archipiélago nacional.
El amanecer del nuevo año es inusual después de tantos aislamientos sociales, y sobre todo, tras uno de los peores años vividos por los estragos provocados por el bloqueo y las irregularidades internas.
¡Ay, compay! Imagino que dura fue la despedida del poeta granadino, sorprendido en su entrada vía ferroviaria, hospedado al frente de la vieja terminal de trenes en la avenida La Alameda donde la mulata de cinco picos hizo mover su gracia al compás del paso como una garza; la mano derecha en la cintura; la risa desbordada a la par del sudor y una mirada pícara que atrae como un imán bajo un sol rompe piedras y el desorden del barrio corea así: 1, 2, 3 ,4 y 5 ¡Qué paso más Chévere, compay!