El 26 de agosto de 1956, se llevó a cabo una reunión en la ciudad de México entre Fidel Castro, líder del Movimiento 26 de Julio, y José Antonio Echeverría, jefe del Directorio Revolucionario. Durante este encuentro acordaron que la revolución llegaría al poder «libre de compromisos e intereses, para servir a Cuba en un programa de justicia social, libertad y democracia, respetando las leyes justas y reconociendo la plena dignidad de todos los cubanos».
Posteriormente, el 30 de octubre de 1955, en presencia de alrededor de 800 cubanos reunidos en el hotel Palm Garden de Nueva York, Fidel proclamó: «Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año 1956 seremos libres o seremos mártires». Un año después de esta proclamación, el 25 de noviembre, zarpó el yate Granma desde Tuxpan con 81 expedicionarios rumbo a la Sierra Maestra en el oriente cubano.
Mientras tanto, en Santiago de Cuba, Frank País García, destacado líder del Movimiento 26 de Julio, organizaba un levantamiento armado para el 30 de noviembre con el objetivo principal de apoyar el desembarco de los expedicionarios liderados por Fidel, conscientes de la importancia de distraer y evitar que las fuerzas de la dictadura frustraran la llegada de la expedición, cuyos miembros estaban decididos a iniciar la insurrección armada contra la dictadura de Fulgencio Batista.
El levantamiento «se llevaría a cabo una vez que se tuviera certeza del desembarco», aseguró Fidel, pero las circunstancias no se dieron como se esperaba. Quizás confiando en que no habría contratiempos, el plan previamente elaborado por Frank País y los jefes del movimiento en Santiago de Cuba se puso en marcha: se atacó la Policía Nacional en la Loma del Intendente y la Policía Marítima en el Puerto, sin embargo, el retraso de dos días en el desembarco permitió que el ejército batistiano actuara contra el levantamiento popular el 30 de noviembre y contra los expedicionarios el 2 de diciembre en Alegría de Pío.
Los revolucionarios se vistieron con el uniforme verde olivo y el brazalete rojinegro del 26 de julio y se alzaron en armas en toda la ciudad.
Aunque los objetivos planeados no se lograron y valientes combatientes como Tony Alomá, Pepito Tey y Otto Parellada perdieron la vida durante las acciones, los cubanos conocieron de los sucesos ocurridos en Santiago y del compromiso inquebrantable de sus hijos con la continuidad de la revolución.