Cuba: formación y prestigio internacional de su ballet

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El emblemático escenario capitalino era una de las sedes en la década de 1990 de la Escuela Nacional de Ballet, ubicada desde el 2000, en un imponente palacete de la calle Prado entre Trocadero y Colón.
La Habana, 31 mayo.— Las primeras coreografías del cubano Eduardo Blanco nacieron en un pequeño espacio del Gran Teatro de La Habana, hoy denominado Alicia Alonso, con una radiocasetera casi silente y solo una hora para los ensayos.
 

El emblemático escenario capitalino era una de las sedes en la década de 1990 de la Escuela Nacional de Ballet, ubicada desde el 2000, en un imponente palacete de la calle Prado entre Trocadero y Colón.

La institución acumula más de 60 años de historia en la preparación de figuras del arte danzario y bailarines dedicados a la enseñanza, dirigida primero por el maestro Fernando Alonso, uno de los fundadores del Ballet Nacional de Cuba (BNC), y luego por la maître Ramona de Saa.

La academia forma a los profesores de esa especialidad en la Isla, a los integrantes del BNC y del Ballet de Camagüey, en el centro- este del país, y a profesionales de naciones de América y Europa.

De sus aulas egresaron profesionales de prestigio internacional como Carlos Acosta, quien fuera alumno de la pedagoga Ramona de Saa, considerado como una de las estrellas mundiales de la danza y el primer negro en asumir papeles de príncipe en obras interpretadas por el Royal Ballet de Londres, Reino Unido.

Si bien el talentoso bailarín era hijo de un camionero, criado en un barrio conflictivo de La Habana denominado Los Pinos y con hobbies como el break dance callejero y el fútbol, ingresó desde los 9 años en la escuela elemental y enfrentó los estereotipos propios de un ambiente machista y ‘opuesto al ballet porque era cosa de homosexuales’, como ha contado en varias oportunidades.

El reconocimiento y éxito mundial de la escuela radica, especialmente, en la superación de prejuicios asociados con esa especialidad. El centro educativo burló el racismo; rompió los estereotipos machistas y extendió la enseñanza, sin importar ingresos económicos, a niños y adolescentes con cualidades y aptitudes.

De aspirante a bailarín a coreógrafo del BNC

‘Me dijeron que no podía ser bailarín por mi pequeña estatura. Todos mis compañeros fueron seleccionados para el Ballet Nacional. Un tiempo después llamaron a mi casa: Alicia Alonso quiere hablar contigo, me aseguró el interlocutor. Fue entonces cuando esa compañía me recibe como coreógrafo’, afirma Blanco.

Con anterioridad, el adolescente ensayaba en un espacio que la actual subdirectora artístico- pedagógica de la Escuela, Martha Iris Fernández, le prestaba de cuatro a cinco de la tarde. Sin contar con todas las condiciones necesarias diseñaba pasos y posturas de esa especialidad, en el receso entre una asignatura y otra de la carrera.

Un día llegó el maestro Fernando Alonso a la Sala Alejo Carpentier del Gran Teatro. Tras apreciar un ballet de Eduardo Blanco titulado ‘Invitación al baile’, con la música El espectro de la rosa del compositor alemán Carl María von Weber, expresó: ‘deben observar de cerca a ese niño, confíen en su palabra’.

De madre músico y padre bailarín, Eduardo Blanco comenzó sus estudios de violín a los 9 años en la Escuela Vocacional de Arte José María Heredia, en la oriental provincia de Santiago de Cuba.

‘No me gustaba, me cansaba, lo veía como algo estático que me provocaba dolor en el cuello y sentía la necesidad de mover mi cuerpo. Por eso me escapaba de las clases de ese instrumento y acudía a las lecciones de ballet’, reconoce.

Posteriormente, llegó a La Habana y, luego de varios años de formación, trascendió como el primer recién graduado en ingresar al BNC como coreógrafo y el más joven creador de la danza clásica en la nación caribeña.

Alicia Alonso y Eduardo Blanco

‘Lo que más siento es la partida de Alicia. No fue solo maestra o guía, fue mi amiga. Me formó, encaminó y concedió la categoría que tengo hoy en mi país. Soy, además, el último coreógrafo que ella nominó dentro del BNC en su mandato como directora de esa compañía’, rememora Eduardo Blanco.

Una vez a la salida del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, cuenta, agarrada de su brazo por un lado y acompañada también por su esposo Pedro Simón, un hombre que pedaleaba un bicitaxi le gritó: ‘Alicia, qué volá’. Preguntó: ¿quién me saluda? y tras conocer la respuesta afirmó: ‘mira que bien’.

‘Ella admiraba esa peculiaridad del cubano, conocedor empírico del arte y la cultura. Yo la llamaba maestra con la confianza del alumno pródigo y le pedía platos típicos de la culinaria cubana cuando iba todos los sábados a su casa a realizar el trabajo de mesa’, evoca.

Además de sus múltiples lauros durante eventos coreográficos como estudiante y la conformación de numerosas piezas para el BNC y sus clases en la Escuela Nacional de Ballet, Blanco atesora experiencias en escenarios foráneos de Canadá, España, México y Brasil, en su mayoría, desde el trabajo con niños.

‘Puedes coreografiarle a la primera bailarina del Bolshói o al primer bailarín del Royal Ballet, pero coreografiarle a un pequeño de 5 años que te dice en medio de un espectáculo: maestro me orino, es un proceso bello y difícil’, concluyó el artista cubano. (Por Danay Galletti Hernandez)

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