Hace un tiempo coloqué en las redes sociales la pregunta sobre si existe o no la Nueva Trova y muchos dijeron no; sin embargo, muchos de los fundadores quedan en pie y tocando, y hay jóvenes que adhieren estéticamente al movimiento. Hay una canción inteligente hecha con guitarra y seres vivos que siguen siendo de ese sentir primario, de modo que por mucho que queramos negarlo, el ¨dinosaurio¨ sigue ahí y canta.
Desde 1980, la Nueva Trova, como movimiento oficial, con su propia burocracia, desapareció y la trova, dicen algunos estudiosos, es una sola, pero teniendo en cuenta las necesidades generacionales se le llamó Nueva, Novísima o de 13 y 8.

Cada una de estas hornadas de trovadores ha tenido maneras distintas de decir y vivir su propio performance, pero siempre los ha caracterizado la guitarra y el verso, poetizando la vida que les rodea.
Por tanto, habrá trova. No se puede desnudar la esencia de un país como Cuba, donde a cada lado de lo nacional surgen canciones que le custodian, desde aquellos boleros de Pepe Sánchez y las enormes canciones de su alumno Sindo, hasta Silvio, Pablo o Urquijo. Es ya tradición, parte de un pueblo.
A pesar de los muchos cambios que ha traído la tecnología, como el fonógrafo en 1887, la popularidad de la radio en la década del 20, la grabación de discos de vinilo en la década de 1940, los casetes en la década de 1960, el disco compacto en la década de 1990, y el streaming en la década de 2010, la trova ha resistido y parece que seguirá existiendo. Por lo tanto, recibir una medalla por defender el sonido de un país es más que hermoso.

En mi caso personal, es doble, ya que la recibo junto a mi canal. De alguna manera hemos insistido en la necesidad de decir versos de un país que, como ya lo hemos dicho, tiene al Padre de la Patria como compositor de uno de los primeros temas cubanos. El placer es inmenso, la medalla es solo el remate a un trabajo añoso y muchas veces cuesta arriba, pero ¿qué puede hacer un hombre o una institución ante la grandeza de un país?
Allí, en el salón de los vitrales, cuando Augusto Blanco vio a Ángel Almenares, lo abrazó y le dijo «Papá». Ya sabemos que Augusto fue fundador aquí en Santiago de Cuba, y Almenares, Almenares es la patria. De modo que tener una medalla no define, pero sí da peso al trabajo de tanto tiempo e invita a seguir.