El empoderamiento de la mujer cubana no es una consigna reciente ni un eslogan creado para ocasiones especiales; es un proceso de construcción colectiva con raíces profundas y frutos palpables que se han cosechado a lo largo de más de seis décadas. Su historia se forjó en la lucha independentista, en el combate clandestino, en la Sierra Maestra y en la Revolución triunfante, pero también en las aulas, en los campos de cultivo y en los centros de trabajo.
Hoy, más del 53% de los diputados en la Asamblea Nacional son mujeres; miles de ellas dirigen empresas, universidades, centros de investigación y comunidades, ocupando responsabilidades que hace medio siglo parecían reservadas únicamente a los hombres. Y, sin embargo, la verdadera fuerza de la mujer cubana no se mide solo en cifras o porcentajes, sino en su capacidad de transformar realidades, de inspirar cambios concretos en la vida de las personas, de abrir puertas que parecían cerradas para siempre.
La cubana ha aprendido a tomar decisiones por sí misma, a defender sus derechos con determinación y a combinar liderazgo con sensibilidad, inteligencia con coraje. Desde la campesina que negocia precios en el mercado y gestiona la producción de su finca, hasta la ingeniera que diseña un puente o la médica que lidera una brigada internacionalista, todas encarnan la misma certeza: que su voz y su acción cuentan, y que el país se fortalece con su participación activa.
Persisten, sin embargo, desafíos que no pueden ser ignorados: romper estereotipos arraigados, erradicar la violencia de género, garantizar la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos y reconocer plenamente el valor de su trabajo, tanto dentro como fuera del hogar. Estos retos no son señales de debilidad, sino recordatorios de que la lucha por la equidad es continua y dinámica.
Lo que antes parecía un techo inalcanzable, hoy se ha convertido en el piso firme desde el cual se proyectan nuevas conquistas. El camino recorrido ha demostrado que cuando las mujeres avanzan, avanza la sociedad entera. Y la historia reciente, con sus protagonistas visibles e invisibles, confirma una verdad irrefutable: en Cuba, el futuro no solo tiene rostro de mujer, sino que late, respira y se construye día a día con sus manos, su voz y su ejemplo.