Hace una década, cuando llegó al barrio, era una de las vecinas más activas: participaba en las movilizaciones, asistía a las reuniones y se mantenía involucrada en las iniciativas de la comunidad, sin embargo, el pasado 8 de junio, ante la convocatoria para elegir a una nueva delegada, tras la renuncia del anterior representante, su respuesta fue tajante: “Eso es por gusto, los delegados no resuelven nada”.
Poco después, al ser visitada para el cobro de la cotización anual de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), 9 pesos CUP por los tres miembros de su núcleo familiar, se negó a pagar y solicitó su baja de la organización: “Quítenme de eso”, expresó sin rodeos. Su decisión implicó, además, a dos jóvenes de la familia.
La imagen que narro vino a mi mente mientras escuchaba a Miguel Díaz-Canel Bermúdez, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), durante la clausura del X Pleno de la organización. En su intervención, llamó a “defender la unidad con acciones, propiciando la participación del pueblo y especialmente de los jóvenes en todos los procesos decisivos para el sostenimiento y desarrollo de la sociedad en todos los ámbitos, fundamentalmente la ideología y la economía”.
El caso que ilustra este comentario no es único; afortunadamente, no representa a la mayoría, pero no por ello debe pasarse por alto; es urgente atender señales como esta. Los problemas sociales provocados por el recrudecimiento del bloqueo, así como por deficiencias y desigualdades internas, son numerosos y palpables, y no se resolverán únicamente con activismo político. Esa es la verdad; como reconoció Díaz-Canel en su discurso, “estamos obligados a informar, educar y orientar mejor al pueblo sobre estas realidades de forma convincente, ecuánime y creativa”, con el objetivo de “robustecer la conciencia, la cultura y el espíritu antimperialista que está en la esencia de nuestra lucha y de la defensa de la soberanía nacional y el socialismo”.
Existen excepciones, sí, pero es innegable que el trabajo de algunas organizaciones de base ha disminuido en calidad y alcance, entre ellas, los propios CDR, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y los núcleos zonales del PCC. Esa pérdida de dinamismo debilita la unidad real, porque es en la base, en el barrio, en la cuadra, en la vida cotidiana, donde se experimentan las carencias, se perciben las desigualdades y se pone a prueba el compromiso colectivo, y es precisamente allí donde debe forjarse y defenderse con mayor intensidad el proyecto que compartimos.
Como sentenciara Ernesto Che Guevara, “nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas, y hacerlo único, indivisible; todos los días hay que luchar para que ese amor se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización”.
Ya lo comprendió José Martí cuando fundó el Partido Revolucionario Cubano para enfrentar el colonialismo español y lo interpretó y consolidó Fidel Castro, desde el asalto al cuartel Moncada hasta la construcción del proyecto socialista cubano.
La unidad no es una abstracción, ni debe limitarse a una consigna. Como recordó el general de Ejército Raúl Castro Ruz durante el aniversario 65 de la Revolución: “Mientras mayores sean las dificultades y los peligros, más exigencia, disciplina y unidad se requieren”. En ese mismo discurso citó a Fidel: “Unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis; unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario”.
La postura política e ideológica es, y debe ser, una decisión personal que merece respeto, pero cuando se trata de defender la soberanía, la independencia y la autodeterminación de Cuba frente a injerencias externas o traiciones internas, la unidad de todos los patriotas no es solo deseable, es imprescindible.