martes 26 agosto 2025

Alberto Bisset: el último centinela

La Habana.— El lanzador Alberto Bisset, leyenda de las Avispas santiagueras y llama viva en el centro del diamante, anunció este martes el fin de su viaje tras 21 campañas de fuego, acero y lealtad.

Se va quien lanzó con furia, con ritmo, con pausa. Un brazo convertido en estandarte, un corazón que latía con la cadencia del estadio “Guillermón Moncada”, donde cada aficionado aprendió a medir la vida en conteos de tres y dos. No importaba la entrada, el rival ni la urgencia: si el combate pedía sangre, Bisset subía al montículo.

No era un hombre común, era un guerrero de otros tiempos, un samurái sin espada, un centinela que custodiaba con su guante el orgullo de una ciudad.

En cada lanzamiento se le iba la vida un poco, y en cada victoria se le veía renacer. De cenizas, de dolores, de derrotas, de lesiones. Como si cada juego fuera el primero, como si el béisbol fuera el oxígeno, y no una profesión.

Cabía la historia de su equipo en su brazo derecho, a veces látigo, a veces pincel y en su rostro curtido por el sol del oriente cubano, cabía el cansancio hermoso del que lo ha dado todo.

Fueron 165 victorias oficiales. Pero no hay estadística que mida el respeto ganado, ni cifra que capture la esencia del hombre que renunció al ego para ser útil siempre. Abridor, apagafuegos, guía. Lanzaba no solo bolas rápidas y curvas profundas, sino lecciones de coraje a una generación entera de peloteros y fanáticos.

Su recta, alguna vez violenta como un relámpago, fue domesticada por el tiempo. Pero Bisset, con la astucia de quien conoce el peso de cada centímetro del montículo, convirtió la sabiduría en ventaja. Ya no intimidaba con millas, sino con la certeza de que no había situación que lo asustara. Jugó hasta que su cuerpo, generoso y exhausto, dijo basta.

Hoy no se retira un jugador. Hoy se cierra una puerta en la historia del béisbol cubano. Se apaga una antorcha que ardió sin pausa durante más de dos décadas. Se detiene el paso firme de un centauro de loma, que supo trotar contra el tiempo y contra el olvido.

Alberto Bisset no fue de los que brillan y se van. Fue de los que se quedan, que se clavan en la memoria por su constancia, su entrega sin condiciones, su forma casi poética de vivir el juego. Y aunque cuelgue los spikes, su sombra seguirá rondando las gradas del “Guillermón”, donde tantos lo vieron domar tormentas.

Gracias, Bisset, por ser trinchera, escudo, clarín de batalla. Por defender como un soldado lo que muchos ya no creían defendible. Porque, en tiempos de dudas, tú fuiste certeza. Y porque en ti, Santiago tuvo siempre a su último centinela.

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