Donald Trump regresa a la Casa Blanca por segunda vez en un contexto marcado por amenazas y un creciente populismo, tras asegurarse una victoria significativa sobre su oponente, la demócrata Kamala Harry, en las elecciones del 5 de noviembre pasado. Esta vez, y de manera inusual, la ceremonia de investidura presidencial tuvo lugar en el interior del Congreso, debido a las temperaturas extremadamente frías, según se hizo público.
Tras prestar juramento, comprometiéndose a gobernar según lo establecido en la constitución, Donald Trump ofreció su primer discurso como presidente. En él, anunció su intención de firmar una serie de decretos destinados a marcar lo que él describió como «el comienzo del siglo de oro de los Estados Unidos» y reafirmó su decisión de renombrar el Golfo de México como el Golfo de los Estados Unidos, devolver el control del canal de Panamá a la soberanía estadounidense y poner fin a los conflictos bélicos en todo el mundo.
Y por si fuera poco La Casa Blanca publicó la orden ejecutiva que rescinde el Memorando Presidencial del 14 de enero, en el cual se hacía constar que el Gobierno de Cuba no había brindado ningún apoyo al terrorismo internacional durante el periodo de seis meses anteriores y ofrece garantías de que no apoyará actos de terrorismo internacional en el futuro.
En los últimos años, Estados Unidos ha enfrentado diversas crisis, desde cuestiones ambientales hasta la problemática de la entrada de «millones de delincuentes extranjeros al país» tal como los definió, lo que “ha sembrado la inseguridad entre la población estadounidense”. En respuesta, dijo, “una de las prioridades destacadas es restaurar la seguridad, la confianza y el sentimiento de grandeza de América porque nada ni nadie podrá igualarnos».
La ceremonia de investidura fue acompañada por un mar de aplausos, apenas permitiendo al presidente completar sus ideas. La atmósfera sugería que, salvo algunas excepciones, las diferencias entre republicanos y demócratas habían desaparecido y todos aguardaban por un discurso cargado de promesas que, los próximos cuatro años, revelarán la verdadera magnitud de su cumplimiento. El desafío será ver si tantos millones de estadounidenses y migrantes, ya sea legales o ilegales, abrazarán con fervor los cambios que el presidente ha asegurado y, si en verdad, estarán en el marco de la constitución.
Por el momento, Trump expresó su oposición a las guerras, pero afirmó que asignará todos los recursos necesarios para potenciar las fuerzas armadas, para que estas sigan siendo las más poderosas del mundo y estén preparadas para prevalecer en cualquier confrontación con los enemigos, sin importar el escenario. Como presidente, dejó en claro que no permitirá que los intereses de los Estados Unidos de América se vean superados por los de sus adversarios.
Mientras observábamos a un Trump algo más sosegado de lo habitual en su expresión oral y corporal, este insistía en el enfoque de priorizar la grandeza y la consolidación del sueño americano por encima de los derechos inalienables del resto de la humanidad, anunciando como su primer decreto la declaración de «estado de emergencia en la frontera sur del país», en pos de la seguridad de sus ciudadanos como una prioridad, y acentuando la creencia de que “los americanos somos invencibles; que Dios bendiga a los Estados Unidos».