Una amistad no se funde en un solo día, esa verdad la cultivaron Camilo y el Che en medio de las dificultades, las carencias y apremios entre la vida y la muerte. Es más, no fue fácil entender por qué se querían mucho como hermanos con huellas consanguíneas, al menos, en pensamiento y acción. Primero el respeto entre ellos; segundo, el cumplimiento de la palabra empeñada, y tercero, el principio de la lealtad con la verdad en la mano y la valentía como oxígeno en cada segundo.
Ambos, no creyeron en el fetiche del dinero y títulos profesionales para tener amigos; por el contrario, si llegaron a Comandante fue por muchas cosas, entre ellas, la capacidad humana, el liderazgo entre las tropas, la inteligencia y habilidad para organizar sus columnas rebeldes y el altísimo grado de confianza que se ganaron como genuinos luchadores ante el sagrado principio de la Revolución: Patria o Muerte.
Camilo jaranero y tan fumador como su amigo el Che. El argentino aplatanado como genuino criollo, también bromista como el fraterno del sombrero de ala ancha. Solamente verlos juntos revivía a las tropas y en la mayoría de las veces sucedía muy fugaz.
El sastre devenido en combatiente rebelde podía hallar al Che recostado y decirle: “¿No te da pena estar durmiendo a estas horas?”. Risas y nuevos chistes sucedieron a continuación entre los dos, entonces, Camilo estuvo al frente de la Columna No. 2 Antonio Maceo y el Che con la No. 8 Ciro Redondo.
Aun se conservaran bien las grabaciones radiofónicas entre ambas columnas rebeldes y los chistes, mientras dejaron locos a los de la contrainteligencia batistiana porque, en verdad, formaban un enredo con claves para el avance por el centro de Cuba, cuando creyó el enemigo que podía dividir el país estratégicamente.
Camilo se dio cuenta de la pérdida de la mochila del Che, después del combate de Alegría de Pío, y compartió la lata de leche con el médico. Èse fue el momento del inicio de la amistad profunda, y así lo reconoció el Che como un gesto de desprendimiento y una lección por el cuidado mejor que tiene cada soldado con sus pertenencias:
“Nos habían sorprendido; en la huida yo perdí mi mochila, alcancé a salvar la frazada nada más, y nos reunimos un grupo disperso. Fidel había salido con otro grupo. Quedamos unos diez o doce. Y había más o menos una ley no escrita de la guerrilla que aquel que perdía sus bienes personales, lo que todo guerrillero debía llevar sobre sus hombros, pues debía arreglárselas. Entre las cosas que había perdido estaba algo muy preciado para un guerrillero: las dos o tres latas de conserva que cada uno tenía en ese momento.
“Al llegar la noche, con toda naturalidad cada uno se aprestaba a comer la pequeñísima ración que tenía, y Camilo, viendo que yo no tenía nada que comer, ya que la frazada no era un buen alimento, compartió conmigo la única lata de leche que tenía; y desde aquel momento yo creo que nació o se profundizó nuestra amistad. Tomando sorbos de leche y velando disimuladamente cada uno que el reparto fuera parejo, íbamos hablando de toda una serie de cosas”.
Duro fue para el Che saber de la desaparición de Camilo, el amigo jaranero, el mismo que le recomendó a Fidel para las operaciones en el llano del Cauto. Camilo es la imagen del pueblo”; escribió así el Che quien también se convirtió en un icono de la valentía, la resistencia y la solidaridad.
Ambos, ejemplos de que una verdadera amistad no se funde en un solo día; una verdad que cultivaron Camilo y el Che.