Fue una madrugada muy calurosa, y más, a las dos en punto, de aquel 13 de agosto de 1926 cuando nació Fidel Alejandro Castro Ruz, un niño vigoroso de doce libras de peso que pronto ensanchó sus pulmones y abrió sus alas para vencer cada obstáculo en el espacio y tiempo.
Hoy, tras 97 años, Fidel deviene en símbolo internacional de la paz y la justicia, de la valentía y el pensamiento amigo, invicto y ejemplo, inmortal y en contexto ardiente ante los actuales cambios de un mundo hacia la multipolaridad.
Cual Quijote contra los Molinos de Vientos, orador por excelencia, estratega y defensor innato de los derechos del hombre y la mujer, del niño, de la familia, de la comunidad, del negro, del mestizo, del chino, del gallego, del impedido físico y mental como hoy nombran a esas personas neurodiversas con dislexia y dispraxia. Fidel en defensa del pobre y el huérfano, de ahí, su liderazgo más allá de su ida a la misa aquel 25 de noviembre de 2016.
Para Fidel, qué importa el color, la creencia, la inclinación sexual, el lugar donde vivas, si las “ideas pueden más desde el fondo de una cueva” como sentenció para la historia el teniente Sarria, al salvarlo del ensañamiento de aquellos militares batistianos en las lomas del norte santiaguero después del asalto a la gloria el 26 de julio de 1953.
Siempre Fidel estuvo convencido que lo primero es la vida, cueste lo que cueste, el ser humano en lo primario, y en eso coincidieron las huellas que dejó en Santiago de Cuba, desde su llegada del Birán natal, hasta su inadaptación en el Colegio Belén, luego en La Salle (hoy, Centro Cultural Francisco Prat Puig de la Oficina del Conservador de la Ciudad); en Corona donde vivió el amigo de su padre Ángel, me refiero a Fidel Pino Santos, a quien le debió su nombre.
La impronta en esta ciudad sur oriental de Cuba la acentuó cuando cruzó a nado la bahía santiaguera, así lo escuché de él, a menos de un metro, en un relato exclusivo en el flamante sitio de Bellmares, cerca del litoral, ante una visita gubernamental asiática al calor del aniversario 35 de la gesta del Moncada. Iba y venía varias veces en sus tantas escapadas del colegio, y siempre probó fuerza al nadar desde la Estrella hasta la playita del Cónsul, circuito muy próximo a la salida de la bahía, al mismísimo Castillo de San Pedro de la Roca, El Morro santiaguero.
El hecho de una Cuba con más de medio siglo con la guía de Fidel, corrobora lo que dicen muchos amigos y enemigos, “vos sois dichosos”, ora por la sabiduría del líder, ora por su innato conocimiento y preparación, sin contar su dote visionario que nos salvó en muchas ocasiones ante las inclemencias del tiempo, ya sea por una invasión mercenaria como Playa Girón derrocada en menos de 72 horas; o ante plagas y enfermedades como la fiebre porcina y el dengue que se introdujo desde el Norte como variante del bioterrorismo contra Cuba, y más reciente, la capacidad de mi generación formada en Revolución que hizo posible las vacunas contra la Covid-19 y otras, en desarrollo, en la lucha anti-cáncer.
El natalicio de Fidel es motivación no sólo para Cuba, cuando existe hoy una población equivalente a un continente desconocido, pero con el sentido definido desde la izquierda hacia dónde ir y con quién.
Fidel, para muchos quienes llegan con una flor hasta el Corredor Patrimonial del cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba, se fue un momentico a la misa y está en millones de seres humanos, de lo contrario, cómo se explica la obstinación imperialista contra el archipiélago nacional, incluso, después de la Declaración de esta región como Zona de Paz.
La respuesta la saben bien los “tanques pensantes occidentales”: el ejemplo es contundente y hay que hacer lo increíble para apagarlo, pero Fidel no es sólo un nombre.