Santiago de Cuba, 23 may.— Cuando dentro de un buen tiempo nos sentemos a pensar o reflexionar sobre lo vivido en este tiempo de pandemia, muchas serán las anécdotas. Cada quien ha vivido una experiencia diferente desde su casa o el trabajo, con la familia o los compañeros, como protagonistas o cómplices, lo cierto es que para entonces, todos tendremos una historia que contar.
Puedo imaginar la satisfacción de Lidiuska Cardero Diéguez, una joven cubana, santiaguera, periodista, en primera persona contando la suya. Al escucharla pudiera pensarse que han sido solo peripecias, pero esta historia que hoy me permito, apenas esbozar, está llena de triunfos que valen la pena narrar.
Lidiuska vino acompañada al mundo de su hermana gemela. Desde los dos meses de nacida tuvo que ser trasladada al hospital infantil William Soler de la capital del país donde fue operada por presentar una anomalía en su corazón que se denomina, recoartación de la aorta. A partir de entonces, cada dos años regresa para que los médicos evalúen su evolución mediante consultas y chequeos médicos y luego la devuelvan a casa con certeras evaluaciones y un favorable pronóstico. Hoy a sus 31 años, quiero pensar que su disciplina y constancia, también su valentía, han sido premiadas con un espléndido regalo.
A pesar de las adversas circunstancias generadas por la tristemente célebre enfermedad, la joven con 34 semanas de gestación fue trasladada una vez más a la capital, esta vez al Instituto Nacional de Cardiología y Embarazo, centro ubicado en el Hospital Ginecobstétrico Ramón González Coro, donde pudo llevar a feliz término su embarazo.
El traslado fue en ambulancia –me cuenta- mi esposo como acompañante, 2 choferes y 2 enfermeras. Fue un servicio excelente. Me cuidaron mucho. Me llevaban de la mano todo el tiempo y así me entregaron al llegar al hospital. Al día siguiente me hicieron un ecocardiograma y los resultados muestraban que todo estaba bien, lo que significaba que no había complicaciones para mi salud, ni la de mi bebé. Estando en la recta final del embarazo, la realidad de Cuba era otra, ya se vivían las consecuencias de la Covid-19.
No fue fácil superar los obstáculos que de manera repentina asomaron en la rutina de esta joven y su familia. Pero la vida no espera y la medicina, como ejercicio profesional, no se detiene en Cuba por nada, ni por nadie. Un plan B, fue puesto en marcha cuidadosamente para asegurar los detalles finales antes del nacimiento; la cuna, otros artículos de canastilla, el nuevo espacio incluso, fue dispuesto con amor, allá en la capital, donde solo se suponía estarían de paso.
Entonces llegó el día, el día feliz, el día en que a pesar del nasobuco y el dolor y la inquietud, además de otras complicaciones en el parto, los deseos de ser mamá superaron todas las barreras, incluso las de una peligrosa enfermedad. El nacimiento de Lucas Gael, vital y sano, como el de cualquier otro niño, con nada puede compararse.
Yo soy melliza, lo sabes. Mi hermana vive aquí en La Habana y su bebe tiene casi tres meses. Estando aquí no hemos podido vernos, ni conocer a nuestros sobrinos. Solo video llamadas, ahora en casa de un familiar de mi esposo, hasta que podamos regresar. Preferimos no arriesgarnos, me explica ya más tranquila, sin despojarse totalmente de ciertas preocupaciones.
Me pregunto cuántas historias, como la de Lidiuska saldrán a la luz cuando todo pase. Y cuantos héroes anónimos hay detrás de ellas. Yo solo he querido introducir su historia, una de tantas, para enaltecer a Cuba y uno de sus más grandes logros, la vida, la salud.
Cuba salva, no solo es una etiqueta, no es un simple slogan. Es una frase, sí, hecha verdad; latente en la cotidianidad de los cubanos, molesta ante los ojos de quien la difama y quien la presiona. Pero nada la vence, ella es grande por si sola. (Foto: Cortesía de la entrevistada)