Cuando el Granma llegó a nuestras costas

Margarita Piedra Cesar
Margarita Piedra Cesar
Jefa de redacción digital

Santiago de Cuba, 2 dic.— Hace 62 años, el domingo 2 de diciembre de 1956, pasadas las cinco de la mañana, cuando ya se veían los primeros claros del amanecer, los expedicionarios del Granma divisaron los contornos de la costa cubana, y Fidel, al ser informado de que quedaba poco combustible, ordena poner proa a tierra a toda velocidad hasta que el yate se encalla en una barriga de fango bajo el agua, a unos 50 o 60 metros de una enmarañada selva de mangle.

Inmediatamente, con toda rapidez, comienza el desembarco y el traslado de las armas, municiones y vituallas hacia un bote de remos, pero este se hunde. Los hombres empiezan a lanzarse al agua que le da hasta mas arriba del pecho y empieza una angustiosa travesía por el fango donde cuesta trabajo avanzar porque se hunden. En esas circunstancias llegan hasta el mangle donde les esperaría cuatro horas infernales para salir a tierra firme. Cansados por el esfuerzo realizado muchos llegan con los pies y las manos destrozadas y arañazos por todo el cuerpo.

Cuando todavía estaban en los manglares la dictadura batistiana supo del desembarco y comenzó el hostigamiento de la aviación que ametralló toda aquella zona, aunque sin descubrir a los expedicionarios sepultados entre los manglares, dando traspiés, constituyendo, al decir del Che, “un ejército de sombras y fantasmas que caminaba como siguiendo el impulso de algún oscuro mecanismo síquico”.

El heroísmo de aquellos 82 expedicionarios del yate Granma se elevó a su máxima expresión. Aunque se habían entrenado para soportar momentos difíciles, el desembarco o mas bien un naufragio, como también lo calificara el Che, sobrepasó lo imaginable por la mente humana. Pero allí estaban todos, disciplinadamente, como una unidad militar en campaña. De ninguno se escuchó una queja, un lamento, un arrepentimiento, es más, en medio de tales circunstancias, hubo bromas y chistes que contribuyeron a disminuir la tensión.

A ninguno de estos hombres, cuando contrajeron el compromiso de luchar por la libertad de la patria, se les animó con falsedades de que la lucha sería fácil. Todo se había planeado sobre la base de contar con el esfuerzo propio y a partir de un juramento: “Ser libres o mártires”.

Los días por venir confirmarían que para hacer una revolución, si es verdadera, se triunfa o se muere.

De estos 82 expedicionarios, de su estirpe nació ese 2 de diciembre de 1956 el Ejército Rebelde, unos murieron posteriores al desembarco,

otros fueron hechos prisioneros, unos pocos lograron reagruparse y marchar a la Sierra Maestra y algunos caerían a lo largo de la lucha hasta el triunfo. Pero del ejemplo de todos nació nuestra gloriosa Fuerzas Armadas Revolucionarias, que durante 56 años ha sabido defender y mantener lo conquistado, sobre todo la Revolución que viajó con ellos a bordo del histórico yate Granma.

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