Aquí no existe un jardinero, sino muchas rosas que riegan y cuidan a un grupo de florecitas, día a día, no por dinero, ni una macabra pretensión, ni siquiera por obligación, todo lo contrario, al final del día el pecho aprieta, los ojos se inundan de lágrimas y se busca la calma con un montón de preguntas: ¿estarás bien, volverás mañana, te gustó el juego de hoy, te sientes bien, soñarás conmigo, vendrás alegre, quieres algo para qué te recuerdes de mí?
“¡No, Seño, todo fue lindo!, tan bello que te doy un beso”, dice una de las florecitas al despedirse por horas de su fantástico jardín, de pronto, sin caer la tarde, todo está triste, solitario, el silencio domina a las demás plantas y por obra y gracia Elpidio Valdés, María Silvia, Eutelia y hasta el viejo ruiseñor no se divisan en las paredes que resguardan el fantástico entorno ubicado en un lateral de la Plaza de Marte.
Yo los vi todo el día, esos pequeños gigantes llenos de colores y risas, parecían salirse de un libro de cuentos o películas, de pronto, se esfumaron sin la ayuda de Harry Potter, ¡Sí, estuvieron en el mismo centro de ése recinto ubicado en e corazón de la ciudad de Santiago de Cuba!, donde muy pocos conocen El Jardín de las Florecitas.
Quise entrar al día siguiente y no me negaron el permiso, sólo que esperé hasta las ocho de la mañana cuando ya el jardín volvió a poblarse de florecitas juguetonas, algunas con muchos sueños y otras a la expectativa de la nueva jornada cargada de sol y muchas visitas.

Las Florecitas jugaron conmigo, me dejé llevar por sus propuestas de todo tipo: cómo atender a un enfermo, cuidarlo, darle medicamentos, saltar entre obstáculos, dormir a un bebé, hacer un cuento y escuchar a la Rosa mayor con sus historias nuevas sobre duendes, pícaros y moralejas.
Me invitaron luego a merendar con sus golosinas caseras, y a cambio, tomé unas fotos en grupo desde el suelo, bien bajito para saber cómo se ve la vida desde allá donde pululan los pequeños príncipes, el reino de los liliputienses, de los siete enanitos, de Caperucita roja y Barba azul, Blancanieves y El conde Lucanor; El escarabajo de oro y El fantasma de Canterville.
Descubrí la inmensidad de ese bajito, pero inmenso universo que apenas observa el ojo común, donde Las Florecitas adoran mucho Los zapaticos de rosa de José Martí, los secretos de Una aventura peligrosa contada por la legendaria Dora Alonso, de El canto de la Cigarra, con el estilo inconfundible del cuentero mayor Onelio Jorge Cardoso; el fabuloso Caballo que vio Eliseo Diego hasta El gallo que se mudó para la luna, de nuestra Nersys Felipe Herrera, y por supuesto, El gato y la jutía de Miguel Barnet y la Cremita de leche que se escapó de la pluma de Mercedes Santos Moray.
Aquí no hay llantos, tristezas, ni engaños; Las Florecitas son sinceras, saben querer, el juego es para ellas tan serio como el trabajo real, en este Jardín hay que regar todos los días con Amor, precipitar el flujo de un manantial de cariños para el brote de la próxima historia de duendes y estrellitas, del gallo que se mudó a la luna y desde allá escuchó hablar de los zapaticos de rosa.
