En el remoto rincón donde vivió sus primeros años Maximiliano, el ruido de los autos era un misterio; el caballo era el medio de transporte común que compartía protagonismo con el mulo, animal que lo usaban más bien para la carga de cosechas y mercancías según las necesidades y conveniencias del momento.
Durante su niñez, en esos años que siempre recordaba con nitidez, «Papi», como lo llamaban sus familiares, desconocía y no le interesaba saber qué era el bloqueo, aunque ya existía esa aberración, decretada por el presidente John F. Kennedy el 7 de febrero de 1962, cuando él aún era un niño.
Maximiliano y la mayoría de los muchachos de Arroyo del Medio, aquel paraje perdido en el Segundo Frente donde nació, crecieron sin una escuela pública digna, usaban zapatos y ropa presentable solo en días de paseo o para «gestiones de salud» y desde pequeños compartían los trabajos duros del campo con sus padres y abuelos. No conocían la electricidad, la televisión, el cine, ni tampoco el agua fría.

Él había nacido en febrero de 1956, en una Cuba cuyo gobierno no era comunista y mantenía estrecha amistad con el gobierno de Estados Unidos, ese que, 68 años después, sigue negándole a este pequeño país caribeño su derecho a ser independiente y próspero.
En la “Cuba democrática” del presidente Fulgencio Batista, al nacer “Papi” ya estaba condenado a vivir en la extrema pobreza, bloqueado desde antes de que la Revolución, liderada por Fidel Castro, tomara forma en 1953 con los asaltos a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo y Guillermo Moncada en Santiago de Cuba.
Este humilde hijo de campesinos pobres, a quien sus compañeros llamaban Máximo, nació en Arroyo del Medio, a unos 18 o 20 kilómetros al este de Mayarí Arriba, en lo que hoy es el municipio del Segundo Frente. En su adolescencia obtuvo una beca para estudiar “Mar y Pesca” en la Escuela Andrés González Lines de La Habana, y allí, en la capital cubana, se quedó a vivir por el resto de su existencia.
Regresó a Santiago de Cuba en tres o cuatro ocasiones, y siempre que nos encontrábamos, ya fuera allí o en la capital, hablábamos de política. Él, fidelista a carta cabal, solía repetir con insistencia: “nací bloqueado y parece que moriré bloqueado”. Yo, un poco más optimista, le aseguraba: “tú verás que no, en cualquier momento, por nuestra disposición y por la presión internacional, el bloqueo desaparecerá”.

La última vez que conversé con Maximiliano Muñoz Meléndez, nombre completo de mi interlocutor, fue a través de una video llamada el 31 de diciembre de 2022. En aquella ocasión, lo percibí notablemente envejecido y cansado; posteriormente, a mediados del año pasado me enteré, por parte de su hermano menor, que había fallecido.