Un amanecer cargado de memoria
La brisa fresca de diciembre acaricia hoy las laderas de la serranía que custodia El Cobre, un pueblo que no olvida. No es una fecha cualquiera. Sesenta y siete amaneceres separan a sus habitantes de aquel otro 17 de diciembre, el de 1958, en el que el silencio de las armas anunció, no un final, sino un principio. Hoy, como entonces, la comunidad se reúne, entretejiendo el recuerdo histórico con la celebración presente, en un acto de resiliencia que parece inscrito en el alma de este territorio.
El reloj de la historia retrocede: 1958
Para comprender la celebración, hay que escuchar el eco que aún resuena desde las montañas. Corría el último tramo de un año decisivo. Por órdenes del Comandante en Jefe Fidel Castro, la Operación Santiago tejía su estrategia para asfixiar a la dictadura batistiana. En ese tablero, El Cobre, a apenas 20 kilómetros de Santiago de Cuba, era una pieza clave. La misión recayó en el entonces Comandante Juan Almeida Bosque, al frente de un grupo de jóvenes rebeldes del III Frente Oriental «Mario Muñoz».
La historia, más que de un asalto frontal, habla de una presión estratégica y un cerco implacable. Los guerrilleros se mimetizaron con la geografía agreste, posicionándose en los puntos dominantes que rodean al pueblo. Su objetivo: el Cuartel de Melgarejo, guardián de la entrada por la Carretera Central. La rendición de los soldados allí acantonados ya era un secreto a voces desde el 14 de diciembre. Lo que siguió, narran los relatos, fue un combate «simulado» el día 17, un último acto protocolar de una resistencia que había capitulado ante el avance imparable de la causa rebelde. Con la entrega de las armas en Melgarejo, El Cobre exhaló y se sumó a la lista de territorios liberados: La Maya, Alto Songo, San Luis, Baire. Había nacido un «Territorio Libre» más en el mapa de Cuba.
Hoy: La celebración como acto de fe comunitaria
Sesenta y siete años después, las cicatrices de la batalla son lugares de memoria y las anécdotas, patrimonio familiar. En la plaza, bajo un sol benévolo, los habitantes del pueblo se congregan junto a representantes de las autoridades. No es solo un acto protocolario; es un reencuentro generacional. Los veteranos, de mirada serena, ven reflejada su juventud en los uniformes pioneriles. Los más jóvenes portan la bandera con un respeto que habla.
Resiliencia: el nuevo frente de batalla
La conmemoración de este año tiene un matiz especial, un barniz de orgullo reciente. El nombre del huracán Melissa aún susurra en las calles reparadas y en los techos renovados. El fenómeno meteorológico afectó considerablemente al territorio, poniendo a prueba su fibra. Sin embargo, hoy se celebra no solo la liberación de ayer, sino la capacidad de resistir y reconstruir del hoy.
El Cobre, famoso por su Santuario y su tradición religiosa y minera, demuestra que su riqueza principal es su gente.
La tradición patriótica se alimenta ahora con la acción comunitaria.
Epílogo: Un legado que no es piedra, sino camino
Al caer la tarde, la sombra de la Basílica del Cobre se alarga sobre el pueblo. La liberación de 1958 no fue un punto final, sino el inicio de un camino de transformaciones. Hoy, El Cobre no mira solo al pasado; mira a sus montañas, recuperadas del azote del viento, y mira adelante. Celebra su historia no como un museo, sino como un cimiento. Un cimiento sobre el que se construye, día a día, con el mismo espíritu tenaz de aquellos jóvenes de Almeida: la libertad no solo se gana, se cultiva, se defiende en la paz y se renueva frente a la adversidad. El eco de aquel diciembre libre resuena, ahora, en el martillo del constructor y en la voz unánime de un pueblo que persiste.