El 11 de diciembre de 1898 no fue un día cualquiera en la herida aún abierta de la nación cubana. Con la paz recién estrenada, pero impregnada de amargas dudas, la Isla perdió algo más que a un general: perdió el aliento ronco y potente de «El León Holguinero».
Calixto García Íñiguez, el «General de las Tres Guerras», se apagaba físicamente en Washington, pero su rugido, hecho de acero y de amor a la Patria, quedaró para siempre resonando en el alma de Cuba.
Su vida fue un mapa completo de la gesta independentista. No hubo episodio crucial donde su figura, alta y de recio bigote, no estuviera presente, trazando estrategias con la mente y combatiendo con un valor rayano en lo legendario.
Fue el hombre que prefirió la muerte a la rendición, clavándose una bala en la sien cuando fue cercado en 1874. Sobrevivió, marcado físicamente, pero su espíritu quedó intacto, más fiero aún.Más que un guerrero, García fue un arquitecto militar.
Su legado no son solo cargas al machete, sino planes meticulosos, una disciplina férrea y un civismo que anteponía el bien de la causa a cualquier gloria personal. Fue la mano táctica detrás de campañas cruciales, el organizador incansable que entendió que la libertad se ganaba con inteligencia tanto como con coraje.
Su frustración ante la exclusión de los cubanos en la rendición de Santiago de España dejó clara su otra gran batalla: la por la dignidad y el reconocimiento de su pueblo.Su muerte, en el umbral de una república naciente, truncó el regreso del héroe a la tierra por la que tanto sangró. Pareció una ironía cruel del destino: sobrevivir a tres guerras para caer en la paz.
Pero los leones verdaderos no mueren; se transforman en símbolos.El legado de Calixto García perdura no como una estatua fría, sino como un principio activo en la conciencia nacional.
Es el símbolo del honor inquebrantable, de la estrategia al servicio de la justicia, del amor a la Patria que se ejerce con responsabilidad y entrega total. En cada acto de civismo, en cada gesto de dignidad colectiva, allí late un poco del «León Holguinero».Porque él, como bien aprendió de Martí a quien admiraba, demostró que «honrar, honra».
Honrar su memoria no es solo evocar su nombre, es vivir con la misma coherencia feroz, la misma entrega desinteresada y el mismo amor profundo por el suelo que pisamos. El 11 de diciembre de 1898 cayó el hombre, pero nació, para siempre, el faro. Su rugido sigue guiando.