Hoy le pedí esta foto a mi abuela porque aunque esté borrosa, la necesitaba para poder escribir esta crónica, ya que hablar de las personas de edad es hablar de la memoria viva de nuestra familia. Y en esa foto veo la mezcla de sensualidad, amor y alegría que siempre vi en mis abuelos.
Cuando pienso en mis abuelos, la memoria se convierte en un refugio de ternura y enseñanzas. Ellos representan la raíz más firme de mi historia, los guardianes de las tradiciones familiares y los narradores de tiempos pasados que hoy parecen lejanos, pero que en sus palabras cobran vida.
Son ellos quienes, con paciencia y esfuerzo, han levantado familias, defendido valores y transmitido tradiciones que hoy forman parte de nuestra identidad colectiva.
Su casa siempre ha sido un lugar de encuentro, donde el aroma del café recién colado y las risas compartidas se mezclaban con los consejos sabios que parecían sencillos, pero escondían la experiencia de toda una vida. Mi abuelo, con su paso siempre apurado y su mirada profunda, solía jugar conmigo..Mi abuela, con sus manos incansables, me mostró que el amor también se expresa en los pequeños detalles: en una comida preparada con cariño, en un gesto de cuidado o en una palabra a tiempo.
En sus miradas habita la serenidad del tiempo y en sus palabras la sabiduría de la experiencia. Cada arruga es el reflejo de batallas libradas, de sacrificios y de sueños cumplidos o pendientes. Son pilares invisibles que sostienen el presente, aun cuando muchas veces la sociedad no les otorga el reconocimiento que merecen.
En estos tiempos cuando la esperanza de vida se alarga y las generaciones conviven más tiempo juntas, se hace indispensable replantear el rol de los adultos mayores. No son únicamente sujetos de cuidado, son también protagonistas activos que aún pueden aportar ideas, conocimientos y afecto. El desafío está en derribar las barreras de la discriminación por edad y en ofrecerles espacios donde se sientan útiles, escuchados y respetados.
Las personas de edad no representan el pasado, sino la continuidad de la vida misma. Cuidar de ellos es cuidar de nuestra historia, de nuestra cultura y, en última instancia, de nuestro futuro. Porque el destino de toda sociedad se mide también en cómo trata a quienes le dieron cimientos.
La crónica de nuestras comunidades no estaría completa sin sus voces. Escucharlos, acompañarlos y reconocer su valor es el verdadero homenaje que merecen, más allá de cualquier fecha en el calendario.
Hoy, al recordarlos, comprendo que mis abuelos son mucho más que figuras familiares: son un legado vivo. En sus recuerdos viajo al pasado, pero en sus valores encuentro las claves para el presente. Porque si la vida es un árbol, ellos son las raíces que me sostienen y me alimentan.