Es una fecha muy cercana en el tiempo, aunque algunos, o quizás muchos, no la tengan bien presente. En tiempos tan difíciles como los que vivimos, olvidar o ser indiferente ante tal acontecimiento, pudiera ser más que un error, un pecado.
El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes dio la libertad a sus esclavos e inició la lucha contra la dominación colonial española en Cuba. Han pasado solo 157 años, pero a veces parece una eternidad y se observa aquel acontecimiento como un episodio remoto, casi legendario, y se olvida la magnitud humana de la decisión que tomó: renunciar a sus privilegios para abrazar el destino de la nación que soñaba libre.
Hijo de una familia acaudalada de Bayamo, viajó a España en 1840 para culminar sus estudios universitarios en Barcelona, donde se impregnó del sentimiento independentista de los catalanes y le nació la convicción de que su destino no era el confort, sino la lucha por la libertad de su patria. Al regresar a Bayamo, en 1844, abrió un bufete de abogado que pronto le dio prestigio profesional y una clientela sólida, pero más allá del éxito, Céspedes se afirmaba en su conciencia patriótica.
Cuando el gobernador español de Bayamo organizó un banquete para celebrar la ejecución de Narciso López, Céspedes lo denunció públicamente, y por ello fue arrestado y encarcelado durante cuarenta días; al salir se trasladó a Manzanillo donde sus ideas maduraron aún más.
Su pensamiento lo llevó nuevamente a prisión y al destierro en Baracoa, sin que nada lograra quebrar su compromiso con la independencia de Cuba y en 1867, desde su ingenio azucarero La Demajagua, en Manzanillo, y junto a patriotas como Pedro Figueredo, autor de nuestro himno nacional, concibió su plan insurreccional. No debió ser fácil dejar atrás el bienestar material y social que lo rodeaba, sin embargo, la Cuba esclava de entonces lo exigía: hacía falta un gesto de entrega absoluta, un ejemplo que encendiera la llama de la libertad.
La historia posterior es más conocida, pero no siempre bien comprendida: el 10 de octubre suele verse, por muchos, solo como un feriado o un día de ofrendas florales, pero es, o debería ser, un acto de memoria activa, un llamado a recordar que la libertad se construye con sacrificio, y que los principios no se negocian ni se posponen.
Hoy, en medio de tantas dificultades, cuando algunos exaltan las supuestas “bondades” de quienes pretenden someter a la patria, la figura de Carlos Manuel de Céspedes debe salir de los mármoles fríos y los mausoleos y volver a vivir en la conciencia de cada cubano, porque el combate que él comenzó el 10 de octubre de 1868 no ha terminado: su ejemplo sigue siendo una lección de dignidad, una invitación a la entrega sin condiciones, como la suya y la de aquellos que, al darlo todo, nos legaron lo más sagrado, la patria.