Cada 20 de octubre, Cuba no solo conmemora una efeméride; revive el instante fundacional en que su espíritu de lucha se vistió de música.
La elección de esta fecha para celebrar el Día de la Cultura Nacional es un acierto profundo y simbólico. No se recuerda la firma de un decreto, sino el momento en que un pueblo, reunido en Bayamo en 1868, cantó por primera vez las notas de “La Bayamesa” de Perucho Figueredo. Aquel canto no era solo un llamado al combate, era la voz misma de la nación naciendo al calor de la lucha independentista.
Más de siglo y medio después, conmemorar este día es mucho más que un acto de memoria histórica. Es una invitación a reflexionar sobre la esencia de lo que significa ser cubano.
Como magistralmente definió el sabio Don Fernando Ortiz, nuestra cultura es un “ajiaco”, un sabroso y complejo caldero donde se fusionan, sin perder su sabor original, las influencias africanas, españolas e indígenas. Esta no es una metáfora gastronómica menor; es la explicación perfecta de una mezcla que palpita en la cadencia de un son, en los colores de una pintura, en los versos de nuestra literatura y en la vitalidad de nuestra danza.
La cultura cubana es, por naturaleza, un crisol. Es esa diversidad la que forja su riqueza incomparable y su poder de resiliencia. En el contexto actual, las expresiones culturales trascienden lo artístico para convertirse en pilares de la resistencia identitaria y la cohesión social. La música que resuena desde cualquier esquina, la literatura que nos ha enseñado a pensar y a sentirnos más cultos, son el legado vivo que nos une y, en su diversidad, nos hace más libres.
Por eso, el 20 de octubre no es solo una mirada al pasado. Es un compromiso con el futuro. Honrar este día significa promover un por donde el arte y la creatividad sigan siendo motores para la transformación social y la defensa de nuestra soberanía nacional. Evoca el clamor de la lucha, el sabor de la victoria y el espíritu independentista de un pueblo que lleva su cubania no solo por haber nacido en esta isla, sino en la sangre, el alma y el espíritu, “mostrándolo en sentimientos, ideas y actitudes”.
Hoy, al entonar nuestro Himno, no cantamos solo unas notas. Cantamos la historia, la mezcla, la lucha y la esperanza de todo un pueblo. Celebramos el milagro constante de un ajiaco que, a fuego lento, sigue cocinando la identidad de la nación.