La etapa cumbre para el desborde de la identidad de los santiagueros se realza sin dudas, cada año, en el mes de julio, no sólo por el aporte pintoresco y alegre, que proporciona el verano, sino además por la convergencia de jornadas relevantes, propias de la cultura popular tradicional: el Festival del Caribe y el Carnaval, declarado en el 2015, Patrimonio Cultural de la Nación.
Ambos eventos devienen fortalezas reveladoras de nuestras raíces y de la gran riqueza cultural de la región, al tiempo de concretarse en un amasijo de costumbres, sentimientos y valores inigualables en hombres y mujeres, siempre dispuestos a vencer adversidades con voluntad, alegría y optimismo.
El Festival del Caribe es todo un gran espectáculo de confluencias de la cultura popular tradicional, a través de significativas muestras de danzas, teatro, música y la plástica, cual todo folklor tácito en el llamado desfile de la serpiente con la participación de las diferentes delegaciones caribeñas y el protagonismo del país invitado; espacios de debates sobre temas relacionados con la historia y cultura de los pueblos, el emblemático evento teórico El Caribe que nos une, reconocimientos a personalidades nacionales y extranjeras, homenaje al Cimarrón, símbolo de la rebeldía esclava; galas artísticas y la siempre esperada Quema del diablo para exterminar todo lo malo, entre otras motivaciones.
Las limitaciones económicas, que actualmente pesan por los efectos del recrudecimiento del bloqueo imperial, no pueden ser ignoradas, porque, de hecho, faltan recursos, que desafían las expectativas para lograr la necesaria satisfacción material y espiritual, a tono con la enjundiosa ornada festiva y de expresión popular artística. Mas a ultranza de esas dificultades, los santiagueros se animan con unánime esfuerzo y la acostumbrada carga de amor para que el Festival siga siendo ese derroche cultural caribeño con fuerza integradora a escala social, desde nuestras raíces, aspiraciones y urgencias de bienestar común.
Asimismo, en dimensión trascendente en el área y más allá, se empina preponderante, en este séptimo mes del año, la mayor fiesta popular santiaguera, momento más esperado y de especial arraigo en su gente, quienes requieren de ese acontecimiento para dar riendas sueltas a expresiones innatas tan preciadas como la hospitalidad, el sano desenfado, el abrazo compartido y la alegría como elemento determinante diseminado por todos los espacios de la ciudad.
No será un carnaval libre de carencias, pero no faltará el expendio de alimentos y bebidas, ni las presentaciones tradicionales, ni la música, a cargo de agrupaciones en diferentes escenarios de la carismática urbe oriental; un carnaval acorde con el carácter, el temperamento y la audacia, presentes en hombres y mujeres, nativos de la tierra indómita y herederos de una generación que no se deja amilanar por los problemas.
Y es que todo el esfuerzo emprendido por las autoridades, instituciones, organizaciones empresariales y demás factores de la sociedad, en razón del éxito del jolgorio carnavalesco, deberá corresponderse con el orden, la disciplina y el respeto de todos, en consonancia con la intención de premiar al pueblo por su heroica resistencia, quehacer permanente por avanzar y su lealtad.
Esta vez el carnaval no se detendrá como en aquel 26 de julio de 1953, cuando la generación de entonces no dejó morir a su apóstol en el año del centenario, para marcar el camino de la definitiva independencia, sino que, en esta oportunidad, después de 72 años, en correspondencia con la gloriosa obra construida, el pueblo en abrazo unido, reafirmará la decisión de mantener la soberanía de la Patria.
Sucede que la cultura popular tradicional, puesta de pie en las celebraciones del Festival del Caribe y el Carnaval, dejarán su impronta para la historia, al revalidar con fortaleza la identidad de su gente, noble y leal, corajuda e indoblegable, y de alegría extraordinaria para revelar siempre optimismo y confianza.