José Martí escribiría de quien luego se ganó por antonomasia el título de la Madre de la Patria:
“¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, cuidaba a los heridos? ¿No fue sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol? ¿Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de Maceo con su pañuelo en la cabeza, y se le acababa el temblor?”.
La santiaguera Mariana Grajales Cuello fue víctima del racismo, del odio desencadenado por el blanco español contra el mestizo, el negro, el pardo en la piel que tanto orgullo tuvo la madre de una prole de titanes y heroicas, forjados en la disciplina, la serenidad ante el trabajo, la educación y el compromiso eterno con la Patria.
Poco se habla de las tertulias que siempre hubo en su casa ubicada allá en la finca en tierras de Majaguabo, de donde venían sus varones con el carretón cargado de frutos a vender en Santiago de Cuba, y bastante merodeaban en la casa donde nació Antonio de la Caridad en la calle Providencia, en la parte baja de la ciudad, muy cerca de los barracones donde todavía era muy evidente la explotación esclava y eso, indudablemente, forjó a sus hijos, como aseguró el inolvidable investigador Joel James.
Por qué sorprendernos ante el pasaje familiar en el cual Mariana alzó la Cruz con el Cristo redentor y llamó a su prole a jurar por el terruño querido: «Juremos libertar a la Patria o morir por ella».
Cuando Céspedes se alzó, inmediatamente, su esposo Marcos y sus hijos mayores, entre ellos, Antonio y José también lo hicieron, pero cuando concluye la Guerra Chiquita, Mariana contaba con cuatro hijos nada más, lo más hermoso fue que ella no cedió y sus hembras: Baldomera y Dominga también se fueron a la manigua.
Es cierto que una frase de ella caló en todos los cubanos y cubanas: «¡Y tú, empínate, que ya es hora de que pelees por tu patria como tus hermanos!». Eso se lo dijo al menor Marcos mucho antes de su partida hacia Jamaica, en atención a la seguridad en condición de madre de varios gigantes muy buscados; viuda de Marcos, quien fue un digno padre para sus hijos porque los forjó en el carácter, en la enseñanza familiar y en las habilidades militares como el manejo de las armas blancas y el fusil.

A raíz de los sucesos tras el bochornoso Pacto del Zanjón, Mariana y María Cabrales emprenden viaje sin saber la Grajales que no volvería viva a su tierra querida. Fue sepultada en Church Street n.o 34, y enterrada en el cementerio de Saint Andrew’s.
Hoy es digno aclarar que entre Martí y la familia Los Maceo hubo una conexión, en ocasiones, hasta muy profunda e intima. No es nada extraño que el Maestro hablara de Antonio, de su fuerza en el brazo como en la mente; del hermano José caído en combate en Loma del Gato, en Ti Arriba, como “mi hermano” y quien lo dude, consta en la frase martiana: «Quien ha defendido con valor mi Patria y su libertad de hombre, es como acreedor mío y me parece mi hermano«. Esto fue en carta fechada el 3 de noviembre de 1894.
Y qué decir de Doña Mariana Grajales Cuello: “Cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto. Así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan”.
Así vio a Mariana Grajales el guía, el Delegado y hoy Apóstol cubano: «fuego inextinguible» y «raíz del alma«. En suma: «Es la mujer que más ha conmovido mi corazón»
No es casual la jerarquía ética y moral ganada en más de doscientos años de lucha, el hecho que se defendió y se logró el traslado de sus restos mortales, tras su deceso el 27 de noviembre de 1893 y treinta años después reposados en esta ciudad de Santiago de Cuba, hasta su definitiva sepultura el 10 de octubre de 2017 muy cerca del Héroe Nacional, de Carlos Manuel de Céspedes –el Padre de la Patria– y de Fidel, como la única Mujer que por derecho de conquista se ganó un lugar relevante –como Madre de la Patria– en el corredor patrimonial, en el cementerio Santa Ifigenia.
