El «casco histórico» de la comunidad Manuel Sanguily, 19 kilómetros al sur de la ciudad de Ciego de Ávila, en el municipio de Venezuela, luce cráteres en tiempo de sequía, que se convierten en lagunas en época de lluvia, como sucedió hace unos días, cuando San Pedro giró los grifos hacia la izquierda y llegaron las lluvias de junio, en demasía, por cierto.
Unos culpan a los tractores, «que son unos acaba caminos, y entran y salen del centro histórico como si nada, hasta con los equipos enganchados»; otros han visto –y ven– cómo se deteriora el poblado y sus alrededores con el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.
La comunidad Manuel Sanguily, la primera construida en Cuba después del triunfo de la Revolución, por demás, inaugurada por Fidel el 11 de septiembre de 1960, ha sufrido la falta de mantenimiento.
Cuando el Comandante en Jefe llegó a aquel lugar, el antiguo bateycito La Ignacia, más al sur, lo conformaban unas 20 casas, con techo de guano y piso de tierra. Todavía quedaban campesinos desperdigados por los campos improductivos.
DEL DIAGNÓSTICO A LOS HECHOS…
Quiso la casualidad que Granma coincidiera con «la comitiva de las instancias superiores», llegada desde Ciego de Ávila a la comunidad con la pretensión inmediata de iniciar una transformación profunda para convertirla en un jardín, en el sentido más amplio de la palabra, sin eufemismo barato.
Y eso es lo que se está haciendo en Manuel Sanguily; por lo menos, los primeros trabajos iniciaron con celeridad, como esperan los moradores, para no eternizar en el tiempo el nuevo latido del poblado y su gente.
Los equipos no cayeron del cielo. La máxima dirección del Partido y del Gobierno en la provincia habían ordenado hacer un diagnóstico de todo cuanto necesitaba el poblado para acometer acciones de largo alcance, y que la comunidad exhibiera bríos nuevos y transformadores en el entorno económico y social.
A juzgar por el análisis en la primera reunión, presidida por Hiorvanys Espinosa Pérez, vicegobernador, la lista fue abundante, y larga, como majá en el campo.
La pintura y arreglo de los tres consultorios del médico y la enfermera de la familia; de la cubierta de la caja de ahorros del Banco Popular; de las unidades La Sorpresa y La Complaciente; el arreglo de la bomba de extracción de agua y de los salideros; el de la placita de Acopio, el de los terrenos deportivos; de los viales y la prohibición de entrada de los tractores y equipos pesados a la comunidad, como no ha sucedido hasta ahora.
Las transformaciones van más allá de lo constructivo y llegarán hasta lo social, con la reanimación del funcionamiento de la Comisión de Prevención en el consejo popular de unos 5 000 habitantes; la atención a familias vulnerables; la identificación de las personas que no trabajan, de niños que faltan a las escuelas; la atención a madres solas y con más de tres hijos, y a las embarazadas, porque según afirma la doctora Dianely González Gallegos, directora de Salud en el municipio, desde hace más de una década mantienen en cero la mortalidad infantil y no muere una madre hace 20 años.
«Con la cooperación de todos, Sanguily cambiaría el rostro, no porque el próximo 11 de septiembre cumplan 63 años de inaugurada, sino porque lo necesita. Si fuera preciso, los trabajos continuarán más allá de esa fecha», sentenció Espinosa Pérez.
HACER EN SANGUILY
Granma se internó en las calles y preguntó; porque, a simple vista, pasó mucho tiempo «sin que se le pasara la mano, y Sanguily no es la misma, pero lo que desde ya me atrevo a asegurar es que, como quede, el renovado pueblo superará con creces al anterior, que tuvo el récord de ser la versión más rápidamente construida en toda la isla de Cuba: 92 viviendas en poco más de un año», expresó Andrés Díaz Herrera.
«Yo vengo a decirle y quiero que mi voz se oiga: si hay que ayudar, pueden contar conmigo».
Parado en una especie de «isla artificial», a un costado de la calle, Lázaro Silveira Larrosa, jefe de la brigada de caminos de Transmec, perteneciente a Azcuba, movilizada para los trabajos, observa a Chichi (Arsenio Sarduy Naceira), «el mejor operador de motoniveladora del mundo, con más de 50 años en el oficio. Él ya se jubiló, pero esta es su manera de apoyar en los trabajos. Ahora es el desagüe, mañana será en la conformación y perfilado de los viales.
«La misión no es tan fácil, porque cuando llueve las calles se convierten en caminos vecinales. Además, hay muchas tuberías y uno no las ve; tampoco puede romperlas», asevera Chichi, poco más alto que uno de los neumáticos de su motoniveladora.
Todavía el lugar huele a historia. Desde el balcón en alto, en una de las casas, Fidel se dirigió a la multitud: «Cuando nosotros tuvimos oportunidad, hace seis o siete meses, de visitar este mismo lugar, las familias vivían amontonadas en cuarterías, cuyas condiciones eran realmente tan pobres que resultan indescriptibles. Aquellas familias vivían en una habitación con seis o siete hijos.
«La cocina, el cuarto, el comedor, todo estaba junto en una sola pieza, las paredes mugrientas y, en fin, las peores condiciones que puedan imaginarse. Todas tienen luz eléctrica y agua corriente. Antes, en los bateyes que vivían apenas se conocía la luz eléctrica. En los pueblos vamos a tener, como en este que ustedes están viendo, agua corriente, alcantarillado, luz eléctrica, casas con varias habitaciones perfectamente amuebladas. ¿Qué es lo que se propone la Revolución? La Revolución se propone esto que ustedes están viendo aquí».
Ángel Padrón Cedeño, de 85 años, fue a quien Fidel le dio aquella casa. Todavía vive allí. «Yo soy de San Miguel, como quien va para la playa Santa Lucía, en Camagüey, pero vine a dar aquí por el ejército, porque era integrante de la columna 11 Cándido González Morales. Aquí planté la carpa de mi vida en una casa que me entregó Fidel. ¡Quién lo iba a decir! Ella se mantiene bonita y bien cuidada, solo necesito unas planchas para techar otra habitación. La familia ha crecido. ¿Usted entiende, eh?»
Aunque la vista no le acompaña del todo bien, Cinecio, el nombre por el cual todos lo conocen, un sábado atrás vio movimientos inusuales en la comunidad: una retroexcavadora, motoniveladora, camiones y otros equipos.
«Cómo no va a quedar bonita mi comunidad si en 1960, en un abrir y cerrar de ojos, en menos de dos años, la construimos por idea de Fidel», comenta Agustín Cinecio Jiménez Torres, sembrado y nacido en las tierras de la zona. Guarda el recuerdo de haber sido el primero de los cabezas de familia al que el máximo líder de la Revolución le entregó la llave para que habitara uno de los nuevos hogares.
Cinecio se resiste a decir que su comunidad está abandonada, más bien, «necesita un pase de mano. Desde mi vista, que ya casi no veo, no puedo decirlo. No.
«Mire, voy a comentarle algo que jamás he dicho. Aquí había un piñal y Fidel me preguntó si yo creía que esto era apropiado para construir una comunidad campesina. Yo le respondí que el lugar que él eligiera lo íbamos a aceptar, porque ningún guajiro de la zona tenía dónde vivir honorablemente. Entonces dijo que nos iban a construir casas nuevas y bonitas.
«Cuando me entregaron las llaves, viene con mi esposa y abrimos la puerta: una sala con muebles, dos cuartos y una cama en cada uno; una cocina con platos, cucharas y hasta el lugar para poner la loza. Ella me dijo: viejo, esto no tiene nombre. Y le dije sí, tiene nombre: es el palacio que nos regaló Fidel. Le he dicho a la familia que de aquí salgo para el cementerio. Ellos lo tienen clarito, clarito.
«Fidel nos dijo que entre casa y casa iba a haber un tramo para que los campesinos sembraran. Por eso usted ve una franja de 50 metros a un lado y a otro. Yo no le he faltado al Comandante en Jefe, porque en el patio tengo sembrado boniato, mango, aguacate, café, una mata de naranja. Siempre he cumplido con lo que él sugirió.
«Sanguily es mi familia y aquí Fidel me dignificó la vida, como a muchos de la zona. ¿Te imaginas 92 casas nuevas, así de “ramplán”, con todo adentro? Pudiera haber razones para hablar, pero yo no las tengo, ¿entiende?».
«Con el agradecimiento que me queda en el corazón diría que abandonado estuve yo, cuando vivía en un rancho aforrado con yagua y cuando llovía caía una chorrera de agua que era una tortura. Y Cenaidita, mi hija mayor, esa que usted ve ahí, llena del tizne de la leña del fogón y de llagas porque se la comían los mosquitos y los jejenes. Imposible atreverme a decir que Sanguily haya estado abandonada, lo que hay es que cuidarla para mantenerla».
Autor: Ortelio González Martínez