En días turbulentos y muy tristes con el impacto que ha provocado el incendio en la base de supertanqueros de Matanzas, el pueblo de Cuba ha estado muy consternado, el fuego no obedecía y con las llamas se consumían muchas esperanzas de vida y anhelos.
Gris el cielo, la ciudad, el humo imponiendo su carga tóxica, los rostros sombríos, los bomberos, las autoridades del país y de Matanzas buscando estrategias para sofocar y un tanque y otro, sin piedad ardiendo sin inclinarse ante el esfuerzo, el reclamo, el sudor y hasta la vida.
Las quemaduras del cuerpo y del alma sin máscaras empezaron a aparecer en el lugar del siniestro, en los hospitales, en las casas de las víctimas y en todos los hogares donde se ha permanecido atento a cada parte que hizo público la prensa por los medios, por las redes sociales. Cada relato nos cortó el aliento, pero al transcurrir las horas más críticas del siniestro, empezamos a visionar que ante la fuerza, la valentia, el coraje y el amor, las llamas tenían que ceder.
Ante el amor sí, porque a pesar del peligro, las lágrimas y tristezas se impuso la motivación por la vida, el deseo de ayudar, de ser útil, de entre todos, salvar, vencer.
Lo afirmaba Martí, con la excelencia de sus predicas cuando dijo: “La única verdad de esta vida, y la única fuerza, es el amor. En él está la salvación, y en él está el mando. El patriotismo no es más que amor. (…)”.
Llegó la solidaridad que no se hizo esperar, las luces se fueron avivando, México y Venezuela compartieron el fuego y sus azares, sus representantes lo han declarado: “por amor y agradecimiento al pueblo y gobierno de Cuba estamos aquí”.
Los médicos sin ser llamados se incorporaron a sus puestos en los hospitales de Matanzas y La Habana y en toda Cuba estuvieron prestos. Los bomberos de distintas provincias, socorristas, los pilotos de Holguín y Villa Clara que asumieron la arriesgada misión del bombardeo desde el aire, desde la altura, del mar a a la tierra incendiada. Los trabajadores por cuenta propia, artistas, transportistas, federadas, cederistas acudieron hasta los centros de evacuación, comandos de bomberos, vivienda de las víctimas, hospitales, a socorrer a apoyar con sus propios recursos, obrando de buena fe.
Si eso no es amor, ¿qué es?
Mensajes de aliento y condolencias por los caídos, como lluvia llegaron de todas partes del mundo. Las familias lloraron a sus hijos y junto a ellos ha llorado un pueblo, que los abrazará siempre en la consternación y el dolor.
Lo confirman ya muchos gestos; la compañía del pueblo bayamés a la familia del joven bombero lamentablemente fallecido, los socorristas al rescate de la poca vida alrededor del infierno, los aplausos del pueblo de Holguín y Villa Clara a sus pilotos, los abrazos de sus familias, los dibujos de los niños donde pintan a los bomberos y con sus letras le dedican frases de reconocimiento, los doctores que no duermen para regresar a la vida a los que aún están en peligro, la vigilia de un pueblo durante los días tensos y el acompañamiento de los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo.
Irremediablemente vuelvo al Apóstol y a esa sentencia que aseguraba: “Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen”.
Los dias pasados, han permitido definirlos claramente. De un lado, hombres y mujeres entregandolo todo, en “la caliente”, el presidente del país con su equipo de trabajo de frente a la contingencia los días y las noches con rostro apagado, la joven secretaria del partido en Matanzas también incansable, junto al pueblo, los medios, los periodistas oponiéndosele a la mentira y el desconcierto y en el otro, cuestionandolo todo, los odiadores, con críticas incansables y groseras, difamando, impugnando, maldiciendo.
Contra eso: “(…) templos de amor y humanidad que desaten todo lo que hay en el hombre de generoso y sujeten todo lo que hay en él, de crudo y vil”.
El amor nos salva.