miércoles 20 agosto 2025

Paquito, un hombre que no se detiene

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Cuando escuché el silbato, pensé de inmediato, casi de forma automática, en uno de los tantos vendedores de pan u otras ofertas que recorren mi barrio: “A 25 el pan de bola; traigo del que llena, a 30; pasteles a 70, cómprame, vecina; traigo hayacas de San Luis; coge tu pizza calentita, que me voy…”. Pregones muy comunes que anuncian de todo.

Pero no, esta vez no era de lo mismo; cuando el hombre se acercó al edificio, los vecinos pudieron distinguir bien su mensaje: “Se arreglan ventiladores y planchas eléctricas de todo tipo; usted me dice…

Uno de los vecinos lo llamó, y él se bajó de la bicicleta. Conversaron un momento y así se estableció el primer servicio-contrato de la tarde: eran como las 3 pm., y de ahí salió la solución para tres ventiladores, en menos de 72 horas.

Francisco Arencibia Pérez es técnico en sistemas eléctricos y electrónica (nivel B); tiene 72 años y está jubilado hace más de 25, a causa de una despreciable enfermedad: “un cáncer que, además, me afectó la columna y las articulaciones, principalmente de los hombros”, me dijo.

Ante mi asombro, al verlo desplazarse en bicicleta, no pude evitar preguntarle: ¿Cómo superó la enfermedad? ¿Cómo logra mantenerse activo y usar ese medio de transporte en una ciudad tan llena de lomas?

Paquito, como lo conocen en su familia y en su barrio de Micro 9, me comentó: “Lo más importante es que estoy vivo y con muchas ganas de seguir viviendo; me mantengo con parte del tratamiento médico, algunos remedios caseros y el preparado de veneno de alacrán (VIDATOX). Ya usted sabe… tengo una jubilación de 1 528 pesos y la situación está muy difícil; no me queda otra que seguir trabajando”.

Sobre la calidad del trabajo que realiza, Paquito asegura: “En los rastros, entre la basura electrónica, hay muchos componentes que se desechan, pero pueden reutilizarse, u otros componentes que compro, y cuando la reparación incluye el motor, los enrollados o piezas imprescindibles, acudo a los talleres y busco colaboración”. Es en esos casos cuando los costos pueden encarecerse un poco, “pero siempre trato de ofrecer un servicio económico, a pesar de las limitaciones del mercado ahora mismo”, añade.

Luego me pone un ejemplo: “mire usted, el arreglo de los tres ventiladores, incluyendo uno que hubo que llevar al taller para enrollarlo, le salió al cliente en mil 700 pesos. ¿A cómo le saldrían si los hubiese comprado nuevos”?

Antes de despedirnos, Francisco recordó que, hace algún tiempo, podía vivir de forma aceptable con su jubilación; también mencionó que todos los tratamientos recibidos durante los últimos 30 años han sido en el Hospital Oncológico de Santiago de Cuba, institución a la que aún asiste cada tres meses para sus consultas: “todavía los medicamentos que recibo, además de la consulta trimestral, son sin costo alguno”, pero la vida en la calle está dura… y tengo que comer todos los días”, dijo con franqueza y finalizó con una sonrisa: “que no vayan a pensar que me estoy guillando; sí, estoy enfermo, y hay días en que apenas puedo caminar, pero cuando me recupero de la crisis… me voy de nuevo al combate por la vida”.

Se montó en su bicicleta y lo perdí de vista. Iba al encuentro de otro posible cliente, en el trayecto de unos tres kilómetros que separa los barrios de Rajayoga y Micro 9, en la ciudad de Santiago de Cuba. Un mes y medio después, he hablado con el propietario de los tres ventiladores, quien me aseguró que “están trabajando al cien”.

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