Han pasado dos décadas desde que Fidel Castro Ruz habló a los estudiantes en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Aquel 17 de noviembre de 2005 quedó grabado como uno de los momentos en que el líder de la Revolución habló con mayor franqueza y crudeza a los cubanos, en especial a los más jóvenes.
Fidel veía venir lo que muchos aún no alcanzaban a comprender; anunció tiempos difíciles para la humanidad, marcados por un deterioro acelerado de valores y de ética; señaló, sin rodeos, la postura agresiva del gobierno de los Estados Unidos, que por entonces amenazaba con “atacar sorpresiva y preventivamente a 70 o más países en cualquier rincón del mundo”, solo por el afán imperial de sostener su dominación a cualquier precio, incluso a costa de sembrar el caos en un planeta ya “lleno de egoísmo, de injusticia, de explotación, de abuso y de saqueo”, y del cual Cuba era una de sus partes vulnerable.
“Parecía ciencia sabida”, reconoció Fidel al señalar uno de los errores más serios cometidos en el proceso revolucionario fue creer que alguien sabía realmente qué era el socialismo o cómo se construía, y su llamado era a estudiar, rectificar, cuestionar; a no conformarse con lo ya hecho.
Aquella noche también habló de los logros, sí, pero se detuvo con fuerza en los vicios y deformaciones que se estaban anidando en la sociedad cubana, y lanzó otra advertencia que mantiene toda su vigencia: había que combatirlos “al precio que fuera necesario”, porque de lo contrario la Revolución correría peligro.
Veinte años después, los ecos de ese discurso vuelven a escucharse con una claridad meridiana. La patria enfrenta presiones externas conocidas y una situación interna que agota y desespera a muchos; la calidad de vida ha retrocedido, y la frase popular “la esperanza era verde y se la comieron los chivos” resume el desencanto de muchos. Varias de las sombras que Fidel identificó entonces, hoy son más visibles.
Los jóvenes universitarios que lo escucharon aquella noche, hoy profesionales, padres, decisores, emigrados o residentes, forman el “núcleo duro” de la sociedad cubana actual, y sobre ellos recaen preguntas inevitables: ¿dónde están, qué están haciendo para sostener el proyecto que un día defendieron desde las aulas, sigue viva en ellos aquella energía que Fidel quiso despertar?.
Reconocer la capacidad visionaria de Fidel no es un acto de nostalgia, sino un ejercicio de responsabilidad histórica. Fidel ya no está físicamente, y justamente por eso resulta más urgente volver a la esencia de sus ideas; allí están las rutas, los métodos, las claves para responder a la interrogante que entonces sorprendió a todos: ¿Es posible hacer irreversible un proceso revolucionario?, ¿Qué nivel de conciencia y de compromiso haría imposible su retroceso?
Las respuestas, tal vez, aún nos esperan, pero las preguntas siguen ahí, desafiantes, veinte años después.