Cada 14 de noviembre, el mundo une sus voces para conmemorar el Día Mundial de la Diabetes, una fecha que trasciende el simbólico homenaje a Frederick Banting y nos enfrenta a una cruda realidad epidemiológica. Las cifras de la OMS son elocuentes y alarmantes: 346 millones de personas afectadas, un número que podría duplicarse para 2030. Este no es un problema de salud lejano; es una pandemia silenciosa que se ceba especialmente con los más vulnerables, concentrando el 80% de sus muertes en países de ingresos bajos y medios.
El mensaje central de este día es doble: por un lado, una advertencia urgente sobre el «vertiginoso aumento» de la enfermedad y, por otro, un faro de esperanza que nos recuerda que, en la mayoría de los casos, la diabetes tipo 2 es prevenible. La fórmula no es un secreto: combatir el sedentarismo y adoptar una dieta balanceada desde edades tempranas. La concienciación es, por tanto, la primera y más poderosa de las medicinas.
En este panorama global, surge con fuerza el ejemplo de Cuba. La isla no solo se suma a la reflexión con actividades educativas, sino que presenta datos contundentes: ostenta la menor tasa de mortalidad por diabetes en América. Este logro no es casualidad, sino el resultado de un sistema de salud que prioriza la prevención y la atención primaria.
Pero el aporte cubano va más allá de las estadísticas. En un mundo con escasas opciones farmacológicas para las complicaciones severas, la biotecnología de la isla ha dado un paso al frente con el Heberprot-P. Este fármaco innovador, único en su tipo, está cambiando el destino de miles de pacientes al prevenir la amputación de extremidades por el temido pie diabético. Es un recordatorio de que la ciencia, cuando se orienta al bienestar humano, puede devolver la esperanza donde antes solo había desenlaces trágicos.
En conclusión, el Día Mundial de la Diabetes nos interpela a todos. Como sociedad, debemos exigir y apoyar políticas públicas que fomenten estilos de vida saludables. Como individuos, tenemos la responsabilidad de informarnos y actuar. Y, mirando al futuro, ejemplos como el de Cuba nos muestran que la unión entre un sistema de salud robusto y la innovación científica puede marcar la diferencia entre la desesperación y una vida con calidad. La batalla contra la diabetes es dura, pero con prevención, conciencia y ciencia, es posible ganarla.