martes 16 septiembre 2025

La Tía Santa y la fuerza silenciosa de quienes dedican su existencia a amar

Fotos: cortesía de su hija Esmérida

A unos veinte kilómetros al este de Mayarí Arriba, en la zona de San Nicolás, vivía la “tía Santa” junto a su esposo, Tomás Fernández Álvarez, con quien formó una familia numerosa de quince hijos. Su nombre es Santa Meléndez Vega y, por estos días, celebra 96 años de vida.

Uno de sus sobrinos recuerda con especial cariño las visitas casi diarias que en su niñez realizaba a la casa de la tía: “No eran muy largas, pero casi siempre procuraba llegar a la hora de la comida; no sabría decir cómo preparaba el arroz, pero sí tengo muy presente un detalle: cuando comenzaba a hervir, ella le retiraba un poco de agua, un líquido blanco parecido a un suero, y lo repartía entre nosotros como si fuera un ‘aperitivo’.”

La vivienda de Santa y Tomás era un bohío de techo de guano y paredes de tabla de palma, levantado a poco más de un kilómetro de la casa del sobrino, en lo alto de “la loma de Felo Pérez”. Para llegar hasta allí había que andar por un trillo paralelo a una cerca de alambre de púas, que marcaba el lindero entre los cafetales y los potreros de la granja estatal de San Nicolás, aún identificada por la gente como “la finca de Virgilio Arias”.

Los quince hijos de este matrimonio nacieron en el campo, y más de la mitad llegaron al mundo asistidos por las manos sabias e imprescindibles de las parteras. De todos ellos, solo dos han partido físicamente; los trece restantes continúan en su entorno como un abrazo vivo que envuelve su larga existencia, tejida con recuerdos felices, momentos difíciles y una perseverancia constante.

Es difícil imaginar cómo familias tan numerosas, enfrentando condiciones precarias de salud, educación y recursos económicos, situaciones comunes en el campo cubano, lograban sobrevivir en épocas de tanta desigualdad, tanto en la Cuba de antes de 1959 como en los primeros años de la Revolución.

Hace ya muchos años que la familia se estableció en La Habana. La mayor de las hijas, Esmérida, fue la primera en marcharse para estudiar en la capital y, al no regresar a Oriente, poco a poco “arrastró” a los demás, formando un nuevo hogar lejos de los campos que los vieron nacer.

Por estos días, Santa Meléndez Vega, la “tía Santa”, celebra sus 96 años con cierta estabilidad de salud, rodeada de hijos, nietos y bisnietos. Su vida es un testimonio de familia, recuerdos y la fuerza silenciosa de quienes dedican su existencia a amar y sostener a quienes los rodean.

¡FELICIDADES, tía Santa!

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