viernes 08 agosto 2025

Fidel y la cultura, el eterno combate

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Granma
Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Un martiano como él tenía sabido que para ser libres había que ser cultos, y que la cultura era uno de los nombres de la felicidad que añoraba la Revolución para su pueblo

Autor: Madeleine Sautié 

La cultura, en su más amplio concepto, fue una permanente obsesión para Fidel, un convencido del papel crucial que esta tenía en la transformación de una sociedad que se estrenaba en Revolución. Sin ella, dijo, «no hay libertad posible».

Consciente del sustento espiritual que la cultura proporciona, y de las fortalezas que entraña para un pueblo tocarla con la mano, Fidel la tendría entre las primerísimas prioridades del Gobierno Revolucionario, que debía sembrar los ideales que los nuevos tiempos estaban exigiendo.

Si bien –y recordando a Cintio– era asombrosa «¡(…) la fecundación borrando las innumerables frustraciones, las humillaciones indecibles, las minuciosas pesadillas!», también era cierto que «comenzaban entonces otros combates».

Conducidos por su líder fueron titánicos los emprendimientos que se propuso la joven Revolución que, a tres meses de su triunfo, fundaba la Imprenta Nacional de Cuba, y se estrenaba, no en balde, con una edición de cien mil ejemplares de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

La Imprenta, además de producir libros, publicó los materiales empleados en la Campaña de Alfabetización, la más grande epopeya cultural de la gesta, que se llevó a cabo en 1961, y puso fin a uno de los más tristes pasajes de la Cuba neocolonial, el de la ignorancia, al declarar al país, el 22 de diciembre, territorio libre de analfabetismo.

Fundadas desde el propio 1959, otras instituciones culturales, devenidas símbolos del país, como la Casa de las Américas –con la brillante conducción de Haydee Santamaría– y el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), veían la luz, y progresivamente se apoyaría el desempeño de otras tantas, entre ellas el Teatro Nacional, la Biblioteca Nacional, la Orquesta Sinfónica, y el Ballet Nacional de Cuba. En ese mismo año, Fidel convertiría los cuarteles en escuelas.

HABLAR, TOCAR EL ALMA

De ese instinto comunicativo, que conoce la efectividad del diálogo, dio siempre muestras el Comandante en Jefe. Lo hizo con los maestros, con los médicos, con los científicos, con las personas comunes, con los niños. Cuando en el acto de apertura del primer curso en la Ciudad Escolar Libertad, el 14 de septiembre de 1959, les habló a los estudiantes, les explicó, del modo en que pudieran entenderlo, por qué ese era «el acto más hermoso de esta Revolución».

Les comentó que muchos jóvenes habían pagado con su vida esa conquista, «así que la mayor gratitud de los niños tiene que ser para los compañeros nuestros que murieron en la lucha; la mayor reverencia de los niños cubanos tiene que ser para los rebeldes que murieron, los revolucionarios que murieron, para hacer realidad este sueño».

A los niños, admiradores de los rebeldes, les contó que muchos de estos soldados no pudieron ir a la escuela, y ahora debían hacer lo que se les ofrecía a los pequeños. Con amor de padre les indicó que tenían que aprender a hacer bien las cosas, mejores que los rebeldes mismos, porque los adultos tendrían mucho que hacer, para preparar bien al pueblo.

En su alocución, les preguntó si creían que ya se había hecho la Revolución. –¡No!, corearon los niños. –Y si la Revolución no se ha hecho, ¿quién la va a hacer?, les dijo. –Nosotros, respondieron ellos.  –¿Y qué es lo primero que tienen que hacer?, volvió a interrogar. –¡Estudiar!, dijeron todos. Y siguió Fidel: «¡Ah!, estudiar. Entonces, el niño que no estudia no es un buen revolucionario, porque el niño que no estudie no sabrá hacer las cosas bien hechas y le pasará lo que nos pasa a nosotros, que vamos a hacer algo y no nos sale bien; así que el niño que no estudia no es un buen rebelde ni es un buen revolucionario, porque si quieren ayudar a la Revolución, si quieren ayudar a los rebeldes, si quieren ayudar a su patria, tienen que estudiar, porque el que no sabe hacer las cosas no puede ayudar a nadie, se equivoca, y aunque las quiera hacer bien, no las puede hacer bien porque no sabe».

PALABRAS DE TRINCHERA

El 30 de junio de 1961 concluía Fidel tres días de intercambio con escritores, artistas e intelectuales, un hecho que pasó a la historia con el nombre de Palabras a los intelectuales. Si bien la sobredimensionada censura del documental pm, que había revuelto el entorno de los creadores sirvió como pretexto para la reunión, lo cierto es que Fidel tenía previsto reunirse con este grupo social y escuchar sus preocupaciones. Las jornadas constituirían el trazado de la política cultural de la Revolución.

Ni siquiera estando el país movilizado y habiendo acabado de vivir la agresión mercenaria a Playa Girón, Fidel se desentendió de los asuntos relacionados con la cultura. Un martiano como él tenía sabido que para ser libres había que ser cultos, y que la cultura era uno de los nombres de la felicidad que añoraba la Revolución para su pueblo.

Para deshacer murmuraciones y neutralizar calumnias, muchas cuestiones quedaban esclarecidas: «La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo», dejaba dicho Fidel, quien, lejos de excluir, aceptaba la variedad de pensamientos, salvo el de los que fueran «incorregiblemente reaccionarios, (…) incorregiblemente contrarrevolucionarios».

Muchos años después, en una entrevista concedida al programa Hurón Azul, de la Uneac (organización que quedaría fundada al concluir el Primer Congreso de Escritores y Artistas de Cuba, a dos meses de los citados encuentros), Ambrosio Fornet, Premio Nacional de Literatura, con respecto a la más citada, –y muchas veces descontextualizada–  frase de Fidel en su discurso: «con la Revolución todo, contra la Revolución nada», expresaba:

«Cuba es un país que siempre ha estado colocado en una posición muy dura, donde estar contra determinadas cosas significa estar a favor de otras. He dicho algunas veces que en las trincheras no se practica la democracia. En la medida en que la situación histórica nos coloque en una trinchera, nos quedamos con la idea de que para nosotros, todo; para el enemigo, nada».

JUNTO A ELLOS, LA PRESENCIA

En Fidel y la cultura, palabras a los escritores, artistas e instructores de arte, una compilación a cargo de Elier Ramírez Cañedo y Luis Morlote Rivas, que recientemente publicó Ocean Sur, nos dice en su prólogo Abel Prieto: «La cultura no fue jamás para Fidel algo ornamental. (…). La vio como una energía transformadora de enorme trascendencia, asociada a la conducta, a la ética, a la calidad de vida, capaz de contribuir decisivamente al “mejoramiento humano”. Pero la vio, sobre todo, como la única vía capaz de conducirnos a la emancipación».

En otro libro –también a cargo de Ramírez y Morlote– que lleva por título Lo primero que hay que salvar. Intervenciones de Fidel en la Uneac, en referencia a la medular frase de Fidel con respecto a la cultura, sus autores aludían a que los intercambios con los artistas y escritores se multiplicarían, en los años 90, más allá de los congresos, que en su mayoría presenció, y de aquellas discusiones saldrían los preceptos sobre los que se sustentaría la «nueva y profunda revolución cultural, conocida como Batalla de ideas, que alcanzaría su punto cumbre a finales de los años 90 e inicios del siglo XXI, a través de numerosos programas educativos y sociales».

Entre las preocupaciones que planteara el Líder de la Revolución en el VI Congreso –relatan los autores– estuvo el tema globalización y cultura. Fidel se refirió a «cómo el gobierno de Estados Unidos estaba utilizando la información y la cultura como la nueva arma nuclear para la dominación del planeta», y convocó a los intelectuales y artistas a protagonizar su Girón en favor de la cultura.

A los VII y VIII cónclaves, no pudo asistir Fidel debido a su ya delicada salud; sin embargo, fue insoslayable su presencia, desplegada en la evocación de su pensamiento y en los programas a los que dio vida desde su intelecto y su clarividencia.

En 2019, el Presidente Miguel Díaz-Canel asistió a la clausura del IX Congreso de la Uneac. En un ovacionado discurso, exhortó a los intelectuales y artistas a traer hasta nuestros días los conceptos enarbolados por Fidel en sus robustas Palabras… para evaluar los nuevos escenarios, las plataformas colonizadoras y banalizadoras que procuran establecerse.

El X Congreso de la organización, celebrado el pasado año, homenajeó ante Díaz-Canel al General de Ejército Raúl Castro Ruz. Una dedicatoria acompañaba la pequeña escultura que se le enviaría: «A usted querido Raúl, que ha sido siempre compañero de filas en la defensa de la cultura nacional, el compromiso agradecido de la Unión donde seguiremos defendiendo la voluntad de Fidel, quien concibió el acto creador como escudo y espada de la nación».

El «Aquí estamos y estaremos», enarbolado en la ocasión por Marta Bonet, presidenta electa de la Uneac, habla de esas lealtades sagradas a hombres que conducen e iluminan, como jamás dejará de hacerlo Fidel.

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Joel @ No todo está perdido
abril 11, 2024 at 1:44 am
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