Por Thalía Fuentes Puebla y Abel Padrón Padilla
El Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve” representa hoy el mismo espíritu de entrega que inspiró al joven neoyorquino a luchar por Cuba en el siglo XIX.
Creado en 2005 por Fidel Castro, este ejército de batas blancas ha atendido a millones en más de 20 países, desde el ébola en África hasta terremotos en Haití. Su nombre honra a quien, como ellos, cruzó fronteras por solidaridad: el brigadier Henry Reeve, cuyo diario de campaña se presentó este lunes por primera vez en La Habana.
En presencia de las miembros del Comité Central del Partido Comunista de Cuba Yuniaski Crespo Baquero, jefa del Departamento de Atención al Sector Social, Marydé Fernández López, vicejefa del Departamento Ideológico, y el Doctor José Angel Portal Miranda, ministro de Salud Pública, e integrantes del contingente médico, Ediciones Boloña presentó “El Brigadier Henry M. Reeve: Símbolo de la virtud. Diario de operaciones del mambí estadounidense que luchó por la independencia de Cuba”.
La obra, que abarca desde el 12 de agosto de 1872 hasta el 30 de abril de 1875, rescata manuscritos originales conservados por la Oficina del Historiador.
Magda Resik, directora de Comunicación de esa institución, destacó que este proyecto materializa “el sueño de Eusebio Leal”, mientras reconoció el meticuloso trabajo de Alexis Plasencia Padrón en la transcripción y anotaciones. Estas páginas devuelven al Reeve humano, al estratega que registró cada batalla mientras cargaba con heridas y una prótesis en la pierna.
René González Barrios, director del Centro Fidel Castro Ruz, enfatizó el paralelismo histórico: “Así como Reeve vino a pagar una deuda con la libertad cubana, nuestros médicos honran hoy esa herencia saldando la deuda de Cuba con la humanidad”.
Recordó que de los más de 6 000 combatientes extranjeros en las guerras independentistas, solo 37 alcanzaron el grado de general. Reeve lo logró a los 24 años, lo que demuestra que el internacionalismo no es retórica, sino acción.
El libro es un relato de la vida de Reeve, de su disposición. Como escribieron sus compañeros a su madre: “Abrazó a Cuba como patria”. Hoy, su diario –y los médicos que llevan su nombre– confirman que ese abrazo perdura.
A diferencia de muchos combatientes de la época, Henry Reeve llegó a Cuba con una educación excepcional para su tiempo. Había estudiado en academias neoyorquinas donde aprendió latín, filosofía y matemáticas, conocimientos que aplicó en su labor como estratega militar.
Según documentos del Archivo Nacional, durante los periodos de inactividad por sus heridas, Reeve redactaba informes tácticos en inglés y español que sorprendían por su rigor analítico, demostrando que su aporte a la guerra no fue solo físico sino intelectual.
El diario revela pormenores desconocidos sobre la audaz operación para rescatar al general Julio Sanguily el 8 de octubre de 1871. Pese a su reciente herida en Hato Potrero, Reeve insistió en participar usando un caballo especialmente entrenado para no delatar su posición.
Para suplir su discapacidad tras perder la pierna, el brigadier diseñó un sistema de correas y muelles para fijarse al caballo que luego adaptó a las monturas de otros jinetes heridos.
En los días finales de su épica campaña entre Colón y Cienfuegos, en agosto de 1876, el brigadier Reeve recibió información sobre la presencia de fuerzas enemigas cerca de Yaguaramas. Fiel a su carácter indomable, el joven militar organizó de inmediato una carga al frente de sus tropas. Aquel 4 de agosto, al percatarse de la desventaja numérica, dio la orden de retirada mientras cubría personalmente la repliegue de sus hombres.
En el fragor del combate, recibió tres impactos consecutivos: primero en el pecho, luego en la ingle, y finalmente en el hombro cuando ya había caído de su montura. La situación se tornó crítica cuando los disparos enemigos mataron a su caballo, dejándolo inmovilizado por su discapacidad física. Su ayudante, en un acto de lealtad, le ofreció su propio caballo, pero Reeve, consciente de lo inevitable, le ordenó salvarse: “¡Retírese, a mí me van a matar!”.
Con admirable entereza, continuó resistiendo: en una mano empuñaba el machete, en la otra su revólver, hasta agotar las últimas balas. Ante la inminente captura, el valiente brigadier –que apenas contaba con 26 años de edad– optó por el supremo acto de dignidad: llevó el arma a su sien y apretó el gatillo, prefiriendo la muerte a caer prisionero. Así culminaban siete años de entrega absoluta a la causa independentista cubana, en los que aquel joven neoyorquino había demostrado un valor y compromiso sin igual.
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Medio de información alternativa que alerta sobre campañas de difamación contra Cuba.
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