En la clausura del X Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez afirmó con determinación: “Ni pesimismo, ni derrotismo, ni desánimo; lo que encontramos aquí fueron exposiciones sobrias, críticas desde el compromiso y, sobre todo, propuestas concretas y demandas de cambiar lo que deba ser cambiado sin dilaciones”.
Con estas palabras, el mandatario intentó trazar una línea entre la retórica paralizante y la acción transformadora, reconociendo que el país enfrenta desafíos que ya no admiten más espera ni ambigüedades. El tono fue firme y también revelador: desde el gobierno se percibe que el tiempo de las consignas vacías se agota, y que la ciudadanía espera resultados tangibles, no promesas postergadas.
Antes, el debate parlamentario evidenció con claridad que existen problemas urgentes en la vida nacional que no pueden seguir posponiéndose, desafíos que exigen ser abordados con mesura y responsabilidad, para reducir los márgenes de error y garantizar que los cambios que se implementen resulten no solo efectivos, sino también creíbles, sin caer en la ilusión de que los problemas se resolverán únicamente desde la teoría o el discurso.
En este contexto, las palabras del presidente remiten inevitablemente al basamento moral legado por Fidel Castro Ruz, quien definió la Revolución como “sentido del momento histórico”, y el momento actual, sin duda, es profundamente adverso. Propuestas han sobrado, pero muchas permanecen inconclusas, o han sido ejecutadas o atendidas con lentitud.
En la mayoría de los hogares, donde la calidad de vida se ha deteriorado de forma visible, crece la percepción de que los acontecimientos han superado la capacidad de respuesta institucional y muchos, incluyendo decisores en estructuras intermedias y de base, siguen desorientados esperando que otros hagan lo que les corresponde, o permanecen “paralizados”, sin asumir su cuota de responsabilidad ni ejercer su rol con iniciativa.
El bloqueo económico es una realidad innegable, aunque algunos intenten minimizarlo. Sin embargo, lo más preocupante de los cambios impulsados desde dentro es que algunos de los mecanismos de control que deberían garantizar su aplicación efectiva han fallado en la práctica, y eso impacta de manera directa en la economía y sobre los sectores más vulnerables de la población, comprometiendo logros esenciales de la Revolución como la calidad de los servicios de salud, la educación pública, la protección a los adultos mayores y, con mayor dolor, la alimentación diaria.
El país ha contado con múltiples espacios para el análisis y la autocrítica: los lineamientos del VI y VII Congresos del Partido y la conceptualización del modelo de desarrollo socialista al que aspiramos, pero los resultados han sido adversos y el propio concepto revolución como legado visionario de Fidel, nos aconseja a “No mentir jamás ni violar principios éticos”.
Es momento, entonces, de retomar el rumbo con acciones concretas, sobre todo desde la base; urge revisar lo aprobado con espíritu crítico, reactivar con honestidad los mecanismos de control, y asumir con responsabilidad lo que a cada quien le corresponde, porque no habrá solución posible sin participación real, transparente y rendición de cuentas objetiva.
No se trata de comenzar de cero, sino de corregir el camino con valentía y humildad. Hacer revolución hoy exige unidad, no solo para celebrar lo que se ha hecho bien, sino también para reconocer lo que se ha hecho mal o no se ha hecho. El momento exige enmendar errores y poner en el centro, sin retórica, el bienestar de quienes más lo necesitan.