Desde los albores de la Revolución Cubana, Estados Unidos implementó medidas para socavar a toda costa el nuevo Gobierno Revolucionario.
La reducción del suministro de petróleo, el rechazo a refinar crudo soviético y la eliminación de la cuota azucarera fueron solo el comienzo de lo que se convertirÃa en el genocidio más largo de la historia.
La voluntad del Gobierno de la Mayor de las Antillas de actuar con independencia e implementar cambios económicos y sociales en favor de las mayorÃas fue considerada un verdadero insulto, una piedra en el camino de los sueños supremacistas y hegemónicos del imperio.
Fue entonces que, en abril de 1960, Lester D. Mallory, subsecretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, delineó, en un memorando secreto, la esencia del bloqueo económico, comercial y financiero que se impondrÃa, unilateralmente, dos años después.
Una estrategia frÃamente concebida, que se propuso sumir al pueblo cubano en la miseria, con el objetivo de que viera inviable el proceso transformador, y culpase de sus desgracias al Gobierno Revolucionario, en lugar de a los verdaderos responsables, en Washington.
Mediante la Ley de Asistencia Exterior de 1961, se autorizó al Presidente estadounidense a establecer y mantener un «embargo» total al comercio con Cuba, además de prohibir cualquier tipo de ayuda al Gobierno de la Isla. El 7 de febrero de 1962, el entonces presidente John F. Kennedy, invocando la Sección 620a de ese instrumento legal, declaró el bloqueo total contra Cuba.
De lo sucedido a partir de entonces, mucho conocemos los cubanos; sobre todo, de la manera en que, de una administración tras otra, se ha sostenido su engendro y, pudiera decirse incluso, que cada uno de ellos le ha puesto un sello distintivo de crueldad, como lo demuestra con creces el actual inquilino de la Casa Blanca.
Durante la primera administración de Donald Trump, la polÃtica de hostilidad alcanzó niveles sin precedentes. Se contabilizaron más de 240 acciones para recrudecer el bloqueo, diseñadas para generar ingobernabilidad y derrocar a la Revolución.
Nada cambió en el mandato de Biden, cuyas tÃmidas acciones positivas se fueron rápidamente a tierra, tras el regreso de Trump.
La intención es clara y harto conocida: apagarnos mucho más que los hogares. Su fin último es apagarnos los sueños, la confianza en la Revolución y, sobre todo, la libertad.