La Ćŗltima guardia de honor ofrecida este viernes al entraƱable Historiador de La Habana, en el salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional, estuvo encabezada por el General de EjĆ©rcito RaĆŗl Castro Ruz, el Presidente de la RepĆŗblica, Miguel DĆaz-Canel BermĆŗdez, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Esteban Lazo HernĆ”ndez, y el primer ministro, Manuel Marrero Cruz
En el impresionante Salón de los Pasos Perdidos, del Capitolio Nacional, donde su huella serÔ siempre fresca y palpable, la dirección de la Revolución Cubana ofreció este viernes la última guardia de honor al querido Eusebio Leal Spengler, el hombre que amó a La Habana y mientras tuvo fuerzas la dignificó.
A las ocho de la maƱana, el Primer Secretario del ComitĆ© Central del Partido Comunista de Cuba, General de EjĆ©rcito RaĆŗl Castro Ruz, āamigo entraƱable de Lealā, inició el postrer homenaje, en compaƱĆa del presidente de la RepĆŗblica, Miguel DĆaz-Canel BermĆŗdez, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Esteban Lazo HernĆ”ndez, y el primer ministro, Manuel Marrero Cruz.
A los pies de la Estatua de la RepĆŗblica, la obra que el propio Eusebio calificara como Ā«sĆmbolo de la naciónĀ», habĆa sido ubicada la urna con las cenizas desde el dĆa 17 de diciembre para el tributo pĆŗblico del pueblo, postergado por mĆ”s de cuatro meses a causa de la epidemia de la COVID-19 que obligó al aislamiento, incluso en medio del dolor de aquel 31 de julio.

Hasta ese lugar, donde fueron colocadas ofrendas florales, sus condecoraciones mÔs preciadas y una foto en la que besa la bandera que tanto veneró, llegaron desde el jueves miles de personas para un adiós nunca definitivo.
Este viernes, y con anterioridad a la última guardia de honor, familiares, amigos, compañeros de trabajo, ministros y viceprimeros ministros también honraron al hombre único e imprescindible, como lo calificara el presidente de Casa de las Américas, Abel Prieto Jiménez, a quien correspondió «cumplir con el deber amargo e inevitable de despedir a Eusebio».
AsĆ definió el escritor cubano ese momento, en el que habló del dolor silencioso y difĆcil que nos impuso la pandemia. Sin embargo, aseveró, el tiempo transcurrido desde que supimos la noticia de que Eusebio Leal habĆa muerto no ha podido aliviar la desgarradura dejada por su ausencia.
Ā«Lo hemos recordado una y otra vez en todas partes, hemos aƱorado su presencia inquieta, su verbo luminoso, su finĆsimo sentido del humor, su ardiente patriotismo, su fe, su capacidad para soƱar utopĆas y para realizarlasĀ», afirmó.
Prieto JimĆ©nez calificó a Eusebio como Ā«un hombre Ćŗnico, imprescindible, de una honestidad ejemplar, de una devoción apasionada por Cuba, por su historia, por sus sĆmbolos, por los hombres y mujeres que crearon las bases de esta nación, por los que lucharon para conseguir su independencia, por los que han defendido esos ideales de generación en generaciónĀ».

Martiano, fidelista y revolucionario, fue tambiĆ©n un cristiano apegado a las doctrinas del Cristo de los pobres, un humanista dotado de una oratoria deslumbrante āconsideró el Presidente de Casa de las AmĆ©ricasā un intelectual que combinaba su insaciable sed de conocimiento con la condición de gran fundador, con su entrega heroica a la salvación de la memoria.
Su obra abarcó mĆ”s, muchĆsimo mĆ”s, que levantar y embellecer edificios ruinosos y convertirlos en palacios. āSe enfrentó con el mismo Ćmpetu a las ruinas, a la marginalidad, al empobrecimiento moral, y convirtió a las comunidades en protagonistas de esa transformaciónā. HacĆa germinar en ellos un particular sentido de pertenencia, una honda satisfacción y una especie de manera nueva de ejercer la dignidad.

Abel Prieto se refirió a las incontables condecoraciones que Eusebio recibió durante su vida y desde todos los confines del mundo, «pero la distinción que mÔs apreció fue el amor de su pueblo que se hace visible todo el tiempo».
Mereció ademĆ”s, dijo, otra distinción especial que lo hizo sentirse recompensado e Ćntimamente feliz: la amistad de Fidel y RaĆŗl, Ā«una relación entraƱable, de una lealtad a toda prueba, de un enorme cariƱoĀ». VeĆa en ellos herederos directos de CĆ©spedes, Agramonte, Maceo, Gómez y MartĆ.
El escritor y amigo del Historiador de La Habana consideró igualmente que prestó un relevante servicio como embajador de lo mejor de la cultura cubana, capaz de tocar en todas las puertas con la seguridad de que se abrirĆan.
«Fue un mensajero de la verdad de Cuba, de la verdad de la Revolución, la llevó a todos los foros y supo derrotar prejuicios para convencer magistralmente a muchos confundidos».
Recordó cómo Eusebio sufrió con estoicismo las arremetidas de la enfermedad, Ā«que logró daƱarlo fĆsicamente, pero nunca pudo quebrar su espĆritu. Siguió haciendo planes hasta sus Ćŗltimos dĆas en medio de dolores atrocesĀ».

Al recordar una de las Ćŗltimas entrevistas, en la que Eusebio habĆa dicho que en su vida solo aspiraba a haber sido Ćŗtil, Abel Prieto resultó enfĆ”tico: Ā«fue efectivamente Ćŗtil, lo sigue y lo seguirĆ” siendo, los cubanos de hoy y del futuro tenemos en su obra, en su compromiso revolucionario, en sus valores Ć©ticos, un fecundo legado de ideas y principiosĀ».
Ā«Eusebio, sin ninguna duda, nos sigue acompaƱandoĀ», concluyó, y luego del silencio que imponen las despedidas, la familia, sus compaƱeros de trabajo, RaĆŗl, DĆaz-Canel, Lazo, Marrero, el vicepresidente Salvador ValdĆ©s Mesa, y buena parte de la dirección del Estado y del Gobierno cubanos, ofrecieron rosas al querido Historiador, minutos antes de que sus cenizas descansaran definitivamente en el JardĆn Madre Teresa de Calcuta, al fondo de la BasĆlica Menor del Convento de San Francisco de AsĆs, en la Habana Vieja.
En ese sencillo lugar, a donde se ha traĆdo tierra de JimaguayĆŗ, San Lorenzo, Dos RĆos, San Pedro y BirĆ”n, estarĆ” Eusebio, marcando el futuro noble y digno de La Habana que amó.