Mucho antes del primero de enero de 1959, el aliento de Fidel ya se sentía en toda Cuba. Su legado empezó a germinar en las aulas universitarias, en el traslado de la campana de la Demajagua hasta la forja martiana donde plantó la semilla de la lucha contra el golpe de estado de Fulgencio Batista y asumió el compromiso de entregar la vida en el asalto al Moncada. La prisión que siguió fue fecunda: desde ella reprodujo La Historia me Absolverá.
El exilio en México trajo consigo una determinación inquebrantable: “en 1956 seremos libres o seremos mártires”, resumiendo su convicción en una cadena de certezas: “si salgo, llego; si llego, entro; y si entro, triunfo”.
Fue el tiempo del Granma, de la sorpresa en Alegría de Pío y de la profecía de Cinco Palmas, aquella noche del 18 de diciembre, cuando, tras el abrazo con Raúl, contó siete fusiles y exclamó: “¡Ahora sí ganamos la guerra!”
En la Sierra Maestra hizo de la unidad su principal divisa; forjó un ejército, disciplinó combatientes, sembró optimismo y defendió sus ideas con tanta valentía que lo llevó a la victoria de 1959.
Pero la lucha no terminó ahí porque, además de cumplir parte del programa del Moncada, inició su batalla más larga, la que libró contra los gobiernos de Estados Unidos, tal como lo había juramentado después del ataque con cohetes a la casa del campesino Mario Feriol por parte del ejército batistiano: “cuando acabe la guerra, comenzaré otra más grande, contra quienes apoyaron los crímenes de la dictadura”, batalla que se extendió hasta el día de su partida física, el 25 de noviembre de 2016.
Duro golpe. La noticia, anunciada por Raúl, golpeó con la incredulidad de lo irreparable; el dolor se multiplicó en llamadas, conversaciones y silencios, pero quedó la certeza de que el líder no muere: está en las escuelas, en las fábricas, en el deporte, en la calle junto a la gente humilde, en la primera línea de combate.
En su 99 cumpleaños, esa certeza se reafirma: Fidel sigue aquí, guiando a quienes creen en un futuro mejor; para muchos, es y seguirá siendo el líder insustituible, el mejor.
Y siempre que el viento roce las palmas de la Sierra, el sol se encienda sobre el archipiélago y las voces de los niños llenen las escuelas, allí estará. No en bronce ni en piedra, sino en la voluntad de un pueblo que aprendió de él que los sueños se defienden de pie.