Quiso el azar, o quizás la ambición, que aquel adelantado español, en medio de sus andanzas por el Nuevo Mundo, viniera a tropezar con esta porción de “la India” que nunca fue y, sin más certeza que la de una bahía de bolsa estratégica, fácil de defender de otros aventureros codiciosos, decidió detener aquí su periplo conquistador y fundar una de las primeras siete villas cubanas.
Difícil me resulta encontrar otro motivo. No había tierras particularmente fértiles, ni grandes ríos, ni ventajas geográficas evidentes; solo las montañas, tal vez prometedoras de oro, podrían haberle sugerido alguna riqueza oculta y, en medio de esa aparente nada, pues eligió sembrar aquí lo que luego llamarían la civilización.

La casa de Diego Velázquez de Cuéllar fue la primera construida y, 510 años después, aún se conserva en el mismo lugar que, desde entonces, fue considerado el centro de la villa. Desde allí se podía divisar todo lo que ocurría en la bahía y sus alrededores, hasta donde el horizonte se perdía entre el litoral y las verdes montañas que, con el paso del tiempo, serían conocidas como la Sierra Maestra.

En 1822, la Corona española otorgó a la villa de Santiago Apóstol el título de Ciudad Hospitalaria de las Américas y con el tiempo se convirtió en refugio y referencia para los colonos cafetaleros franceses llegados tras la Revolución haitiana. También fue cuna de notables patriotas como Antonio Maceo y familia, Guillermo Moncada, Quintín Bandera, Flor Crombet, entre otros, y más adelante, sería escenario clave en la guerra entre España y los Estados Unidos, con hechos decisivos como el combate de la Loma de San Juan y la batalla naval de Santiago de Cuba.

Pero la muy noble y muy leal ciudad siguió acumulando méritos. El 26 de julio de 1953 acogió a los asaltantes del Cuartel Moncada, jóvenes revolucionarios que, bajo la dirección de Fidel Castro Ruz, no dejaron morir a José Martí en el año de su centenario. Poco después, el 30 de noviembre de 1956, fue protagonista del levantamiento armado en apoyo al desembarco del Granma.
Y fue el 1ro de enero de 1959, desde el balcón central del Ayuntamiento frente al parque Céspedes, donde Fidel proclamó la victoria revolucionaria y, 25 años después, en 1984, le entregó el título de Ciudad Héroe de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo, como reconocimiento a la firmeza, historia y heroísmo de sus hijos.

Hoy, al cumplirse 510 años de su fundación, los santiagueros continúan trabajando como orfebres apasionados para engrandecer a su ciudad. Una ciudad “de calles vibrantes, llenas de gente que grita, se ríe con escándalo, conversa entre aspavientos o responde la pregunta de un visitante al que instantáneamente convierte en familia”, como atestiguó la poetisa Teresa Melo. O como lo definiera el arquitecto Omar López, conservador de la ciudad: “Santiago de Cuba es una ciudad mestiza y caribeña, donde la confluencia de culturas ha ido sumando atributos y formas de vida que, con el tiempo, se han convertido en identificadores locales profundamente arraigados”.