Este 10 de julio, Cuba y las letras hispanas celebran el 123 aniversario del natalicio de Nicolás Guillén (1902-1989), una figura monumental cuyo verso se convirtió en el latido mismo de la identidad nacional. Más que un poeta, Guillén fue un cronista esencial de la cubanía, un artífice que forjó su obra desde la conciencia afrodescendiente para tejer el rico tapiz del mestizaje, lo que él mismo bautizó como el «color cubano».
Nacido en Camagüey, su vida estuvo marcada tempranamente por la tragedia: el asesinato de su padre, periodista, en una revuelta política (1917), sumió a la familia en la ruina. Sin embargo, esa herida nutriría décadas después su conmovedora Elegía camagüeyana. Tras iniciarse en las letras en publicaciones locales, su traslado a La Habana en 1926 fue decisivo. Allí, el encuentro con gigantes como Federico García Lorca y, sobre todo, con el poeta afroamericano Langston Hughes, fue fundamental.
El estallido literario llegó en 1930 con los «Motivos de Son». Publicados en el Diario de la Marina, estos poemas, musicalizados por compositores como Caturla y los Grenet, lo catapultaron a la fama popular. Capturó como nadie el ritmo, la jerga y el alma del pueblo cubano. Pero Guillén no se detuvo en lo folclórico, libros como «Sóngoro Cosongo» (1931) y «West Indies, Ltd.» (1934) profundizaron en una reflexión crítica sobre la sociedad cubana y caribeña, denunciando las injusticias y la dependencia neocolonial.
Su compromiso político se forjó en el crisol de la Guerra Civil española (1937), donde participó en el II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura. Conmovido por el drama, ingresó al Partido Comunista, militancia que mantuvo de por vida. Allí compartió trinchera intelectual con Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda y Rafael Alberti. La persecución política durante la dictadura de Batista lo llevó al exilio en los años 50, desde donde continuó su lucha y su creación. El triunfo de la Revolución Cubana (1959) lo encontró en Buenos Aires, regresando inmediatamente a la isla.
En la Cuba revolucionaria, su papel fue central: fundador y primer presidente de la UNEAC (1961), cargo que ejerció hasta su muerte, se convirtió en un pilar de la vida cultural nacional. Su obra siguió floreciendo con títulos como «El Gran Zoológico» (1967) y «Cuatro canciones para el Che» (1969), sin abandonar nunca sus raíces populares y su compromiso social.
Su legado está blindado por reconocimientos, desde el Premio Lenin de la Paz (1954) hasta el Premio Nacional de Literatura de Cuba (1983), máxima distinción literaria del país que lo consagra como «Poeta Nacional».
A 123 años de su nacimiento, Nicolás Guillén sigue siendo indispensable. Su poesía, nacida del son y la denuncia, del dolor y la esperanza, sigue resonando como la voz más auténtica y profunda de la nación cubana. Releerlo es sumergirse en el alma mestiza, vibrante y combativa de la isla. Su canto al «color cubano» permanence, imborrable y vital.