Cada 23 de abril, el mundo hispanohablante alza la voz para celebrar el Día del Idioma Español en las Naciones Unidas, una fecha que entrelaza literatura, historia y cultura. La elección de este día no es casual, en 1616, coincidieron las muertes de tres gigantes de las letras universales: Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega. Un trío simbólico que, desde géneros y geografías distintas, dejó huellas imborrables en la humanidad. Cervantes, con su Quijote, no solo elevó el español a la categoría de arte, sino que lo convirtió en un vehículo de identidad.
Shakespeare, aunque inglés, encontró en los escenarios hispanos un eco perpetuo. Garcilaso de la Vega, cronista mestizo, tejió con su pluma el puente entre dos mundos, el indígena y el colonial.
La UNESCO, en 1995, sumó otro motivo a esta fecha al declararla Día Internacional del Libro, reconociendo al libro como custodio del conocimiento. Así, el 23 de abril se erige como un homenaje doble, a la palabra escrita y al idioma que la sostiene. El español, con más de 577 millones de hablantes según datos de ONU, es hoy una fuerza cultural y demográfica. Es la tercera lengua en internet, la segunda en comunicación internacional y la más estudiada en Estados Unidos. Sus cifras son contundentes, 480 millones de nativos, presencia mayoritaria en 20 países y proyecciones que auguran un crecimiento al 7,7% de la población mundial para 2050.
Pero detrás de los números hay desafíos, el español navega en aguas globalizadas, donde el inglés impera y los modismos amenazan su cohesión. Gabriel García Márquez ya alertaba: la lengua debe «prepararse» sin perder su esencia.
¿Cómo equilibrar la evolución con la identidad?
La respuesta está en la educación, en la defensa de una normativa flexible pero respetuosa, y en reconocer que el español no es patrimonio de una sola región. Desde África hasta Asia, su expansión refleja una diversidad que enriquece.
Las Naciones Unidas, al incluirlo entre sus seis idiomas oficiales, ratifican su papel diplomático y multilateral. Sin embargo, su verdadero poder radica en su gente, en los millones que lo usan para contar historias, negociar, crear y resistir. El 23 de abril no es solo una conmemoración, sino un recordatorio, el idioma es un organismo vivo que depende de quienes lo hablan. Preservarlo exige tanto celebrar a Cervantes como abrazar las voces nuevas que, desde los barrios de Latinoamérica hasta los salones de la Real Academia, lo reinventan sin traicionarlo.
En un mundo donde las lenguas minoritarias desaparecen a ritmo vertiginoso, el español se mantiene firme, pero no inmune. Su futuro promisorio dependerá de si logramos honrar su pasado sin temer al cambio. Como escribió el Inca Garcilaso, somos herederos de «comentarios reales» que aún están por escribirse. La tarea, hoy, es asegurar que esas páginas futuras sigan siendo en español.