El mundo conmemora el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados, este 6 de noviembre, proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2001.
Esta jornada nos recuerda una verdad dolorosa pero necesaria: en las guerras, la naturaleza también sufre.
Mientras los conflictos humanos se desatan, los bosques arden, los ríos se contaminan, los suelos se destruyen y las especies desaparecen.
A lo largo de la historia, los conflictos armados han dejado cicatrices no solo en los pueblos, sino también en los ecosistemas.
Durante la Guerra de Vietnam, por ejemplo, se utilizaron defoliantes químicos que devastaron selvas enteras.
En el Golfo Pérsico, los incendios petroleros cubrieron el cielo de humo tóxico y arrasaron la fauna marina.
Hoy, en conflictos recientes, se ha documentado la contaminación de acuíferos, el uso de armas químicas y la destrucción de reservas naturales.
El impacto ambiental de una guerra puede perdurar décadas después de que se firmen los acuerdos de paz.
“Proteger el medio ambiente es también una forma de prevenir conflictos futuros.”
— António Guterres, Secretario General de la ONU
La ONU advierte que el medio ambiente suele ser una víctima olvidada de la guerra.
Más de la mitad de los conflictos armados en los últimos 60 años se han vinculado con el control o la explotación de recursos naturales: agua, petróleo, minerales o tierras fértiles.
Por eso, la comunidad internacional aboga por incluir la protección ambiental en las leyes humanitarias y de posguerra, así como en los tratados de paz.
Cuidar el entorno no es solo un deber ecológico: es una condición esencial para reconstruir sociedades sostenibles.
La ONU Medio Ambiente impulsa desde 2009 el programa “Ambiente y seguridad”, destinado a evaluar el impacto ecológico de los conflictos y promover la restauración ambiental como parte de la recuperación postbélica.
Reforestar zonas destruidas, descontaminar ríos, limpiar suelos minados y reconstruir ecosistemas son pasos vitales para sanar tanto al planeta como a las comunidades que dependen de él.
Aunque América Latina es una de las regiones con menor número de guerras, sí ha sufrido conflictos sociales y ambientales derivados del extractivismo, la deforestación y la contaminación industrial.
Cuba, en cambio, ha mantenido una política de educación ambiental y prevención de desastres, promoviendo el principio de que “la paz también se cultiva desde el respeto a la naturaleza.”
El 6 de noviembre no solo es una fecha simbólica: es un llamado urgente.
Porque cada árbol que se quema, cada río que se contamina y cada animal que desaparece durante una guerra es una herida más al futuro de la humanidad.
Proteger la naturaleza en tiempos de conflicto no es un lujo, es una obligación moral.
Solo habrá paz verdadera cuando también haya paz con la Tierra.